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INTRODUCCIÓN
Crónica
de Pedro Carrasco Cuesta
Hacía tiempo que no empuñaba la
pluma para relatar las peripecias de la peña, por lo que en esta ocasión tenía
muchas papeletas para que me tocara, máxime con la querencia y/o fijación que
tienen estos canallas para encasquetarme las especiales.
Un año más, y van ya unos
cuantos, la familia perrigalguera se apresta a pasar un fin de semana en lo que
ya se ha convertido por derecho propio en “la clásica de La Covatilla”. La
dedicación y el buen hacer de Fátima, hace que todo esté bajo control para que
el viernes fuéramos arribando al alberque, con cuentagotas, una retahíla de
Perrigalgos y familiares allegados que se han querido sumar.
Aunque el “hombre del tiempo” haya
pintado muy negro las previsiones del fin de semana, no es óbice para que el
buen ambiente y la armonía decaigan ni un ápice en un grupo predispuesto a
pasárselo bien, independientemente de los imponderables derivados de las
inclemencias meteorológicas.
En esta ocasión la dirección de
Llano Alto nos ha ubicado en el ala norte de la segunda planta, donde andamos a
nuestras anchas al socaire de vigilantes quisquillosos, para saltarnos a la
torera todo el reglamento del albergue que incluye, entre otros, la prohibición
de consumir bebidas alcohólicas. ¡Y qué hacemos nosotros con el “arsenal” que
traemos!
En la tertulia que sigue a la
cena me entero de que Diego se ha quedado la burra en la cuadra. ¡Será cagón!
Entre copa y copa cada cual especula con el tiempo que hará mañana, y si nos
dejará salir o no. La cosa está dividida entre los valientes, cuyo lema es
“siempre palante”, y los “guevones”, más remisos a salir e intentando
sembrar el derrotismo entre el personal, a base de asomarse a cada rato a la
ventana y remarcar con énfasis lo mucho que está lloviendo…¡y el airazo que
hace! Inmersos en esas cábalas nos vamos yendo a la “galguera”, con la
incertidumbre bulléndonos en la cabeza.
LA RUTA
Durante la noche he barruntado la
lluvia y, sobre todo, el ulular del viento sacudiendo las copas de los árboles.
Pero, aun así, me presento en el comedor a la hora indicada con el traje de
“faena” (y un pan de bizcocho que ha hecho mi mujer), y veo que solo Javielillo
ha secundado mi postura. Los demás aparecen luciendo flamante chándal
perrigalguero, y con más ganas de atiborrarse de tostadas que de dar pedales.
Con la barriga llena la cosa empieza a verse de otra manera y los reticentes
van a cambiarse de ropa. Finalmente, entre dimes y diretes y animados por
algunas mujeres y jaleados por el cagón de Diego (¡tendrá cara el tío, encima
de que…), nos liamos la manta a la cabeza y nos disponemos a salir (todo sea
por Pancho, que es novel en estas lides) aunque está lloviendo y lo va a seguir
haciendo, según todos los pronósticos. La verdad es que yo no se si estamos
locos o no, pero temerarios y un poco jilipollas reconozco que estamos, aunque
es verdad que la sarna con gusto no pica, como reza el popular aserto.
Tras las fotos de rigor los ocho
“sonados” que conformamos el grupo salimos con dirección a Béjar. Los Javieres
(Camacho y Parejo) no terminan de aclararse con los Garmines de última
generación, y hemos de parar hasta que se aclaran. Ahí se produce la primera
incidencia del día. Tomás anda con la caraja y nos embiste por detrás, saliendo
damnificado Pancho, que recibe un doloroso “puntazo” en la zona lumbar.
…Y lloviendo.
Solucionados los entuertos,
seguimos bajando por veredas embarradas y traicioneras. Tan traicioneras, que
Juanlu no logra embridar su burra y le tira por las orejas, yendo a caer al
suelo todo lo largo que es.
Pronto llegamos a Béjar y
enfilamos por el itinerario previsto: una subida por un camino pedregoso a cuya
derecha, y sumido en un profundo precipicio, se precipita el agitado cauce del
río Cuerpo de Hombre.
…Y lloviendo.
Sin dejar de subir, seguimos por
una vereda jalonada de robles y pinos (algunos de ellos han sido arrancados de
cuajo por el viento) y nos adentramos por un camino que va a dar a un albergue.
Javielillo se da cuenta de que vamos mal y tenemos que volver grupas. Las
risillas y el cachondeo no se hacen esperar, coreando eslóganes como “¡Garmines
al poder!”, a los que responde Javielillo un tanto ofuscado: “Venga patrás, Garmineros”. Enveredados de
nuevo, un hombre nos ve pasar y sentencia con sorna: “¡Dejar las bicis pal verano, hombre!”
Más adelante volvemos a
deleitarnos con la vista del río, que se despeña rugiendo entre rocas. Continúa
lloviendo, aunque con la estampa del río precipitándose en cascada, ya merece
la pena haber salido. En una parada para tomar fotos y reagruparnos, Diegui da
muestras para que nos preocupemos al verle apearse de la burra e inclinarse con
las manos apoyadas por encima de las rodillas y resoplando con movimientos de
cabeza, como negando. Preguntado, nos dice que no pasa nada, que es solo un
dolor “aquí asin”, dice, agarrándose
los riñones.
…Y lloviendo.
Vemos a un hombre apuntalando una
pared de piedras que se ha desportillado. Con un poco de retranca le espeto a
quemarropa: “¡Qué bueno va a quedar eso, eh compañerete!” La respuesta es tan
lacónica como carente de entusiasmo. “SI”, contesta el menda, sin mirar
siquiera, que se toca con un gorro descolorido y calza unas catiuskas blancas,
como las que gastan los carniceros.
En otro vericueto del enrevesado
e idílico sendero cruzamos otro arroyo y nos paramos en el vetusto y
rudimentario puente que lo cruza. Allí parados vemos venir a un hombre haciendo
footing. Al verle el Demontre en
pantalón corto con las nalgas coloradas como un tomate del frio, comenta
sacudiendo una mano: “¡Cojones, si nosotros estamos locos, cómo estará ese!”
…Y lloviendo.
Llegamos a Candelario y se
produce la anécdota que da título a este relato. Vamos callejeando por las
típicas calles empedradas con albañales de este bonito pueblo cuando un
franchute, al vernos pasar, comenta no sé qué sobre las “bicicletés”, a lo que responde su mujer, ahora en perfecto
castellano: “¡Son eléctricas!”
Al salir del pueblo seguimos
subiendo y ahora el desnivel se troca más pronunciado. Javielillo dice que
Juanlu se le ha amotinado, quejándose de la dureza de la ruta que le ha marcado
un bejarano que, para más señas, en funcionario. A propósito de funcionarios os
voy a contar una maledicencia sobre ellos que oí el otro día en la radio, y que
me hizo gracia, por lo ocurrente. Dice que los funcionarios los hay de tres
clases: los incas, los mayas y los aztecas. El inca es el que llega por la
mañana, INCA los codos en el periódico, y hasta las doce. Los mayas son los que
se van a desayunar, y cuando llegan a las tres horas, preguntan: “¿MAYAmao alguien?”
Y los terceros son los aztecas, que antes de salir al bar en mitad de su
trabajo con cualquier escusa, le dice a un compañero: “AZTECArgo de esto”.
Pero volvamos a nuestro
propósito. En algunos tramos la exigencia se la subida, en comandita con lo
pedregoso del camino, hace a algunos echar pie a tierra, hasta que nos
detenemos en el punto más alto que toca ascender. Cuando llego a donde ha
parado Javielillo, acezando y sin resuello, me acuerdo de Diego y estoy tentado
de preguntar por el “minuto y resultado”, que traducido del fútbol al argot
bicicletero, se puede traducir como “porcentaje y pulsaciones”. Allí esperando
a que lleguen los demás, conversamos con dos moteros que practican motocross
dando saltos increíbles en unos pronunciados terraplenes.
Foto la cual Juan Luis a cazado al vuelo al "motero" |
Debido a la altura los árboles
han dejado paso a los arbustos de alta montaña y el viento azota con fuerza
cuando, por fortuna, la lluvia nos da una tregua.
Para entonces a Juanlu le ha
“roto el rumo” y comenta que está regoldando la cachuela de esta mañana.
Estamos calados hasta el pellejo y el frio, sobre todo los pies, empieza a
hacer mella en el grupo cuando iniciamos el descenso. Ahora echo de menos a mis
“compis” los locos suicidas del descenso (Alfonso, Tite y compañías mártires),
que me han dejado solito como la una al albur de lo que quieran hacer conmigo
estos bandidos.
La senda de la bajada es el
súmmum de lo que un amante de la bici desea ver. Es una vereda que baja junto a
un arroyo, y lo cruza en varias ocasiones de manera caprichosa por precarios
puentecitos de madera.
Juanlu, aunque continúa eructando
cachuela, sigue con la matraca de parar a comernos el tentempié, por mucho que
Javielillo le diga que solo llevamos 15 kilómetritos. Seguimos bajando, ahora
por unos callejones de apenas un metro de anchura en la pedanía de Palomares, y
pronto volvemos a Béjar.
Para entonces vuelve a llover y
Juanlu, que no aguanta más, se para a meterse el plátano entre pecho y espalda.
El grupo, aterido de frio, le espera con la paciencia que es capaz de reunir,
hasta que se digna llegar.
A estas alturas de la ruta ya
hemos renunciado tácitamente a completar el último tramo, y enfilamos hacia la
carretera que nos conduce a la meta. Se trata de una subida de tres kilómetros
y medio con un porcentaje sostenido que ronda el 8 %. Nos lo tomamos con calma,
acomodando el ritmo al de Diegui. Javielillo viene sin desbravar y dice que
venimos con el “depósito lleno”. Será él porque yo le digo que si hacemos la
ruta completa llegamos bien perjudicados.
A mitad de camino nos detenemos a
ver la plaza de toros llamada La Ancianita, un coso que data de 1711 declarado
monumento de interés cultural, y considerado como uno de los más antiguos de
España. Nos retratamos en el albero y Juanlu, además, lo hace en la entrada de
la capilla, como homenaje a su apellido.
Finalmente llegamos al albergue,
donde solo nos reciben las jovenzuelas; las mujeres nos saludan tras los
cristales desde la segunda planta. ¡Eso está precioso! Para algunos hemos hecho
veinte kilómetros de nada, pero yo apelo al refranero para sentenciar: “Pocos
pelos, pero bien peinados”.
COROLARIO
Por lo acontecido después, pasaré
de puntillas. Ducha reconfortante, cervecita, comida, siesta recolgona (llego
el último al lugar de reunión y estos cabrones me aplauden con cierto
recochineo), copichuela en Béjar, cena, tertulia, cubatas, partida de cartas… Y
lo ocurrido en la pocha que lo cuente otro, que a mí me da la risa. Jejeje…
Don Pedro por eso te dejamos las crónicas de las especiales porque eres el número uno, como bien has narrado fin de semana estupendo con la mejor compañía, lástima que nos no dejara el tiempo de terminar la ruta porque tenía una pinta estupenda los que hicimos maravillosos, el resto lo dejaremos para el año que viene. En esta peña es peculiar que mientras menos kilómetros más quejas hay....
ResponderEliminarBuenisima cronica don pedro, los q no fuimos has hecho todo para parecer q estuvieramos ally, las bajadas don pedro para los locos suicidas del descenso.
ResponderEliminarBuena crónica amigo Pedro y bonita ruta la que os marcasteis.Gracias por acordarte de nosotros en la soledad de los descensos de vértigos. También he observado que la talla del chándal que te pedí te viene al pelo. Los años que estuve con Serafin en los mercadillos me valieron para algo.
ResponderEliminarAmigo Pedro no es que yo sea cagón, es que soy el que mas conocimiento tiene, jajaja, por cierto una crónica buenísima, como siempre, en eso eres un experto, lo mismo que en la pocha que si estamos dos días mas allí eres tú el que nos enseñas, jajajaja
ResponderEliminarGrande, enorme Pedro. No te aburras de hacernos crónicas para poder disfrutar leyéndolas durante muchos años.
ResponderEliminarMe repito, año, tras año, pero es que estos fines de semana de convivencia son de disfrute total, a pesar de las inclemencias, nos las apañamos para sacar jugo a cada instante. Más anécdotas y vivencias para recordar y relatar en el futuro.
La verdad es que hay que tener ese punto que linda entre la fina línea que separa la pasión de la locura, para lanzarnos a hacer la ruta tal como pintaba el tiempo, pero una vez en el barro, una auténtica gozada la experiencia y lo vivido pedaleando por esos parajes de ensueño. Javi, no hay amotinamiento, ni quejas, simples comentarios que salen, en el fragor de la batalla, desde el más sincero aprecio. Síguenos buscando rutas así.
Para que el fin de semana hubiera sido pleno, faltó el que los críos pudieran haber podido disfrutar de la nieva. Qué le vamos a hacer.
Para finalizar, debo dar la enhorabuena a Fati, por todo el fenomenal trabajo realizado para que hayamos podido disfrutar de la estancia en el albergue y, cómo no, a Paco, que también ha contribuido con su apoyo moral.
A buen seguro, nos vemos en la próxima