miércoles, 4 de febrero de 2015

LOS PERRIGALGOS CON SU CUADRILLA SE FUERON A LA COVATILLA




                                               INTRODUCCIÓN
 Llegaba la primera cita especial del calendario anual recientemente estrenado: la subida a La Covatilla. Por motivos de falta de plazas en el albergue, la fecha prevista fue adelantada a este fin de semana pasado, con casi fatales consecuencias debido a la climatología, como veremos a continuación. Aún así, un total de 41 integrantes conforman la expedición, a saber: diez bicicleteros (Juanlu, Pablo, José Luis, Javi, Diego, Antonio el Chino, Ángel Tomás, David, Demontre y un servidor), dos sibaritas (Chiqui y José Joaquín), amigos del buen beber y mejor yantar, e incondicionales defensores del dicho que reza que “carrera que no da el caballo en el cuerpo la tiene”. El resto lo conforman las mujeres, motejadas en nuestra jerga como “las cluecas”, y la variopinta chiquillería perrigalguera.
Tras varios años donde esta etapa se ha debatido entre el ser o no ser, finalmente en esta edición se ha reafirmado, y no creo ser muy osado si afirmo que lleva visos de institucionalizarse por concurrida y, por ende, convertirse en clásica.
Quedamos en el bar Petunia para salir a las cuatro y media y, aunque las previsiones del tiempo no eran las más halagüeñas, tiramos p´alante sin miedo. Y es que nadie arredra a un grupo de Perrigalgos cuando dicen “aquí estoy yo” (brutos y cabezones que somos como nosotros solos).
 Sobre las siete llegamos al destino: el albergue juvenil Llano Alto, sito a cuatro kilómetros de Béjar, unas instalaciones con capacidad para doscientas personas que fuera en su día un hospital para tuberculosos, allá por los años de la posguerra. El albergue puede ser catalogado, sin riesgo de equivocarse, como el máximo exponente de la austeridad por sus precios económicos; el albergue “anticrisis” lo llamaría yo.
Al poco de instalarnos surgen los primeros contratiempos: Juanlu y Alicia no encuentran los abrigos de sus hijas, y David se ha olvidado echar el casco; los abrigos finalmente aparecen sin necesidad de remover cielo y tierra, y el tema del casco se soluciona con veinticinco euros en uno nuevo en la tienda de bicis de un hermano del que fuera gran ciclista, Laudelino Cubino, y que el año pasado se portara tan bien con el Demontre, en una avería que le surgió en su burra.
Tras la cena tomamos posesión del recibidor del albergue y entablamos una dilatada y amena tertulia donde, en prevención de que por el mal tiempo no pudiéramos subir a La Covatilla, nos recetamos unos cubatillas (os habréis fijado que solo cambia una letra, pero la diferencia es más que notoria).
El Chino no se fía ni un pelo y pretende llevarse la bici a la habitación, y no dejarla en la entrada. Al final da su brazo a torcer a regañadientes pero la sitúa al fondo de tal modo que si acuden los cacos, la suya sea la última en ser birlada. Poco antes de la una nos retiramos a “nuestros aposentos”, avisados por el responsable del establecimiento.
                                               LA RUTA
Antes de iniciar la etapa, y tras esperar para la foto a quien suponéis (y suponéis bien) comienza a caer una especie de aguanieve, ante la euforia de José Luis que veía la posibilidad de salirse con la suya (lo había vaticinado reiteradamente la noche pasada). Sin hacer ni puto caso al cenizo arrancamos con la bajada hacia Béjar, para tomar dirección Salamanca, hasta el desvía a La Covatilla.


En una carretera con sucesivos toboganes, rodamos tranquilamente con el compromiso tácito de ir agrupados hasta el inicio de la ascensión. 



En el cruce del desvío hacia el puerto vemos a la Guardia Civil deteniendo a los coches, y nos paraliza la idea de que no nos dejen pasar. Alguien hace bromas con el perro de la Benemérita a cuenta de los geles-droga que portan algunos, por si el can olfateara el arsenal y nos detuvieran.



 Al final nos dejan pasar, no sin antes advertirnos de que tal vez no podamos subir hasta arriba del todo.
Con el primer rampón ante nuestras narices, Diego exclama, lacónico: “¡plato chico!”. Se desatan las hostilidades y enseguida se “rompen filas”, formándose varios grupos. El primero en destacarse en solitario es Pablo, que va el canalla como una moto. Seguidamente el Chino, Ángel Tomás y yo formamos una terna que se mantiene hasta el final. Juanlu y Javi, que no va como quisiera por la reciente gripe que ha padecido, marchan a continuación. El Demontre y Diego les siguen detrás, formando un tanden bien avenido. Y cierran este rosario José Luis y David, que pronto se separan subiendo cada uno a su ritmo.
En mi pequeño grupo el Chino controla los kilómetros que nos quedan de subida, y yo voy dando cuenta de los grados, de bajada en este caso. A medida que ascendemos recrudece el viento, la niebla se cierne sobre nosotros y el termómetro se desploma hasta los cuatro bajo cero. Veo bajar a Pablo y me temo que no podamos hacer cumbre, pero se trata de una falsa alarma. Y es que ha decidido no viajar más en solitario y descender para acompañar al último.

Cuando llegamos arriba cunde la euforia por el objetivo cumplido, pero pronto vemos “nuestro gozo en un pozo” al descubrir que la cafetería donde teníamos previsto calentarnos y reponer fuerzas, está cerrada a cal y canto. El tiempo de espera hasta que llegan los últimos se hace eterno, acurrucados contra una pared al socaire de la ventisca. Finalmente llegan José Luis y Pablo, en una nueva demostración del axioma que afirma que los extremos se unen. En este caso así ha sido, al llegar juntos “el que más brevas comió, con la cabra que más cojeó”.



    
Un operario de mantenimiento, que se descubre ser de Moraleja, nos afea la decisión de subir La Covatilla precisamente hoy, con el montón de días buenos que hay; y la verdad es que no le falta razón. Sin apenas tiempo para hacernos la foto nos lanzamos para abajo. Javi se olvida el casco, ha perdido las gafas y parece hacer lo mismo con el juicio.
En apenas unos minutos descendemos lo que ha costado ascender más de una hora, y ratificamos la paradoja de que acaso haya sido peor bajar que subir; tal es el intenso frio  que tenemos en manos y pies.



 El Chino, más enfático que los demás, dice que no llora por vergüenza, y se lanza como un poseso a aplicar las manos en el tubo de escape del primer coche que se detiene en el stop. Todos juntos nos aprestamos a llegar cuanto antes al pueblo de Navacarros, donde tomamos al asalto el único bar que hay. Un colacao reconfortante (yo un par de quintos) hace que nos vuelva la vida al cuerpo.

 Nos tiramos una foto en la tasca y pronto transitamos por una carretera estrecha, para recorrer los siete kilómetros que nos separan de la bonita y turística población de Candelario. La cruzamos por una calleja con su acequia de agua corriendo y sus típicas batipuertas.




 Otra foto en la cruz frente a la ermita del humilladero, y de nuevo en marcha, cruzamos el puente sobre el río con el singular nombre de Cuerpo de Hombre.
Tres kilómetros por una carretera sinuosa y tomamos un desvío donde se encuentra la que, según el Demontre, es la plaza de toros más antigua de España, que es como decir del mundo. Un último kilómetro en subida y llegamos al albergue, donde nos esperan las mujeres para animarnos en señal de apoyo. Aunque la climatología ha sido adversa no nos ha llovido y lo más importante: hemos logrado el objetivo y, pasado el mal trago del frio, estamos la mar de felices y dispuestos a comernos a Dios por los pies.
                                               EPÍLOGO
Por la tarde unos descansan, otros pasean y otros… nos bajamos a Béjar a tomar unas copas y ver el partido del Madrid con la Real Sociedad, donde nos cae un chubasco de nieve durante unos minutos. Después el grupo casi al completo se junta en un bar de Candelario, donde coincidimos con gente del pueblo. Dice Chiqui viendo a los paisanos: “¡como para tener una amante y traerla por aquí!”.





 De vuelta en el albergue cenamos y, después, nueva tertulia en el territorio que habíamos marcado de antemano en el recibidor, donde felicitamos a Lourdes y le cantamos el cumpleaños feliz, comiendo un cacho de tarta.
A la mañana siguiente se recoge el equipaje, desayunamos y nos vamos con los coches a La Covatilla. Es el día de disfrute de los niños en la nieve, y hay suerte de que esté abierta la pista, a pesar de las condiciones adversas del tiempo. Mientras unos acompañan a sus hijos a las pistas para esquiar, Chiqui, el Demontre, José Joaquín, el Chino y yo nos apropiamos de un ala de los altos de la cafetería y echamos la mañana de charla, trasegando cervezas y picando. 



Volvemos a coincidir con más paisanos, a los que saludamos. Entretanto, se producen nuevos contratiempos con los mismos protagonistas que el día de llegada. David se altera a ratos porque sus niñas han estado vomitando y, además, se muestran un pelín guerrosas, y la hija de Juanlu llega anunciando que ha perdido en mitad de la pista un palo de esquiar.
Nos comemos unos bocadillos y algunos partimos de vuelta, mientras otros apuran el tiempo de retozar de sus hijos en la nieve, que se lo pasan como los indios.
En resumen, buen fin de semana a pesar de la meteorología, donde la familia perrigalguera dio una nueva demostración de armonía, desinterés y compañerismo.
Hasta la próxima, “correliebres”.

 
Crónica de Pedro Carrasco Cuesta
                         

3 comentarios:

  1. Muy buen fin de semana el que hemos pasado en La Covatilla, muy buena convivencia con la familia Perrigalga, como bien dices esto tiene pinta de ser una clásica y así será, yo volveré..... pero no vuelvo a bajar en el mes de Enero en bici, por primera vez en mucho tiempo no disfrute de la bici. Creo que se pueden hacer mejores rutas por allí. Pero volveréeeeee.

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  2. Como siempre Pedro una crónica magistral que no se queda nada en el tintero.
    Un fin de semana buenísimo solo empañado por el frío extremo de la bajada, para el año que viene se estudiará ir en otra fecha pero ir al fin y al cabo....
    Para el año que viene mas perrigalgos, hasta que llenemos el albergue

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  3. Al final te tocó la tostá. Pero quien mejor que tú para contarnos las vivencias acontecidas este fabuloso fin de semana. Cuando el grupo de hace dos años os relatábamos las penurias que pasamos subiendo esa Covatilla, no nos quedamos cortos, ¿a qué no?. Pero esto fue una etapa más de lo que pudimos disfrutar con toda la cuadrilla perrigalguera que nos juntamos en el hotelito. Sinceramente, da gusto. Estoy de acuerdo que tras unos inicios en lo que parecía que era cosa de tres o cuatro, este año puede haberse dado el espaldarazo para que los que fuimos, repitamos y arrastremos a alguno más.
    Pues hasta el año que viene, esperemos que con un clima más benigno.

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