INTRODUCCIÓN
DEL TRIKI
Pa
que no me bengais diciendo que me escaqeo de acer crónicas hos enbio estas
cuatro linias. No e ido con vosotros porque sois tos unos mariquitas que no me
aceis ni puto caso cada vez que digo que ballamos a las cruzes. Asi que me boi
con los niños a acer una rutita por el rujidero. No pienso vajarme del vurro i
sigo pensando que esto es una jerarquia. Y es que, como dice aquel paisano:
“Mientras que manden estos cuatro cavrones…”
Tras este guiño desenfadado en honor
a nuestro gran TRIKI BELTRAN, vayamos a nuestro propósito.
En
esta ocasión la familia perrigalguera se ha dividido en tres partes. A saber,
por un lado los cuatro sherpas que han ido al Jerte a explorar una ruta, para
cuando vayamos en Julio (se comenta en los mentideros de la peña que nos han
preparado una buena jupa). Por otro, Juanma y el Triki se han dado un garbeo
por el Rugidero con nuestros benjamines, Antoñito y Pablito. Finalmente, el grueso de la peña se fue a
hacer la ruta de Alange.
Esta
etapa estaba marcada en el calendario que se conforma a primeros de año pero,
no se sabe muy bien por qué, parece estar gafada, ya que hasta en dos ocasiones
ha resultado fallida por diferentes causas. Sin embargo, ya que no se ha podido
hacer por lo “civil” (léase saliendo desde el pueblo y comer en Alange con toda
la harca), se ha decidido hacerla por lo “criminal” (léase marcarse un recorrido
circular llegando hasta Alange, pero con salida y llegada en Guareña).
Tocaba
madrugar y en esta ocasión los quince Perrigalgos que se animaron fueron
puntuales en acudir al Paseo (el Capi incluido), nuestro punto de “quedada”
(¡qué palabreja tan feísima!) de cada domingo. Cargamos las burras en el furgón
de Javielillo y en varios coches partimos hacia Guareña; teníamos la intención
de arrancar a las ocho y media y cumplimos a rajatabla con el horario previsto.
Aparcamos
al lado del polideportivo cubierto e iniciamos los preparativos para la marcha.
Nos acompaña Carlos Moriche, un espontáneo que se va iniciando en este bonito
deporte del pedal.
Andrés ya había dado muestras de dar por saco con las prisas
que dice tiene hoy, por tener que acudir a una comida con no sé quién y, en el
ínterin, piropea groseramente a sendas limpiadoras orondas que se dirigen al
polideportivo con un contenedor de basura en ristre.
Dirección
a Manchita, los primeros kilómetros son de una ligera subida, entre una
interminable sucesión de olivares (a la mierda los de Jaen). Pasamos por las
afueras de Manchita, donde hay burros paciendo. En un corralón se oye graznar
un pavo y un mastín nos sale al paso con ladridos amenazadores.
Tras
un giro a la derecha iniciamos una subida de un kilómetro que viene a equivaler
a nuestro Cuadradillo (salvando las distancias) y que, en comandita con lo
soleado que se presenta el día, contribuye a que comience a sobrarnos parte de
la ropa. Pablo le pregunta a Tite si le empieza a estorbar el pijama que lleva
bajo el maillot, a lo que responde con su sempiterno toque hilarante,
enfatizando las palabras y poniendo voz aguardentosa: “Lo que me sobra es la
bici, no el pijama. LA BICI”.
Vemos
un hito indicando que la ruta que seguimos se denomina Luis Chamizo, en honor al
poeta natural de Guareña, autor del “Miajón de los castúos”.
Entre
jarales y monte bajo cogemos hacia la izquierda en una bifurcación de caminos
que nos conduce , tras una bajada un poco peligrosa, al arroyo Borrachuelo.
Antonio el Chino, siempre temerario, lo cruza sin miramientos por un charco más
hondo de lo que aparentaba, empapándose los pies. El resto lo hacemos con la
bici de cabresto por un tramo seco, a la izquierda del charco.
Pancho
sufre un amago de avería en la cadena de su flamante burra, que queda en nada.
Cruzamos un inmenso prado en la finca Valdelapeña; la bajada vertiginosa de una
loma queda inmortaliza por Javielillo con la nueva cámara de fotos.
Al poco
pasamos por el cortijo de la finca, un vetusto edificio con una ermita incluida
que, seguramente, conoció mejores momentos en tiempos pretéritos. Un hombre de
edad provecta nos saluda al pasar desde el umbral de la puerta principal.
Al
frente se alza la sierra Vista Alegre, sobrevolada por una decena de buitres leonados
planeando en círculos, que marca el inicio de una cordillera que termina en las
inmediaciones de Alange, nuestro punto de destino.
Torcemos
a la derecha y pronto pasamos a la parte de la solana de la cordillera de
marras. Desde un otero se avizora a la izquierda el semiderruido cortijo de la
finca La Garza y, más allá, la presa del mismo nombre, sobre el río San Juan.
El
camino es estrecho y pedregoso y discurre, sinuoso, en un incesante sube y baja
entre lentiscos y jarales en flor, que exudan olores que despiertan los
sentidos hasta del ser más insensible.
Tras
cruzar un bosque de eucaliptos de un par de kilómetros, pasamos por una casa de
campo llamada El Capao, según reza en un letrero con letras de azulejos. Pronto
torcemos a la izquierda en una rápida bajada que nos conduce a la entrada de la
finca El Hoyo, una especie de caldera circular de varios kilómetros de diámetro
con olivares centenarios como denominador común.
En
la carretera que lleva a Palomas, ascendemos un puerto de un par de kilómetros
con un porcentaje del 6 % de desnivel. Nos detenemos a reponer fuerzas en un
paraje presidido por una pequeña ermita en honor a San Isidro, donde los
habitantes de La Oliva de Mérida celebran una romería en honor al santo patrón.
Saludamos a varios hombres atareados montando un toldo para pasar un día de
campo. Y es que en todos estos pueblos de alrededor (Guareña, La Oliva,
Cristina, Valdetorres, Manchita…) se celebra la romería de Cuasimodo donde,
según el dicho popular, se lo comen todo.
En
la charla distendida, Tite se arranca con uno de sus espontáneos chistes: “Le
dice un amigo a otro: Tengo en el palomar doce mil palomas. El otro inquiere:
¿mensajeras? A lo que responde el primero: No te exagero nada”.
De
nuevo en marcha giramos a la derecha por un terreno entre retamas y jaras,
jalonado con sembrados de cereales. Desde un altozano divisamos a lo lejos la
localidad de Alange recortada sobre un límpido horizonte, y la empinada atalaya
rocosa sobre la que se levanta la pequeña fortaleza llamada La Culebra,
edificada por los árabes en el siglo IX. A la izquierda se columbra en
lontananza la majestuosa Sierra Grande de Hornachos.
Ganamos
la carretera que une Palomas y Alange, por la que recorremos 3-4 kilómetros
hasta Alange. Dejamos el balneario de termas romanas y sus jardines a la
derecha, y cogemos un camino por la orilla del pantano sobre el río Matachel.
Se trata de un gran embalse que inauguró en el año 2000 el que fuera ministro
de fomento socialista, José Borrell, según dice una placa junto a la presa.
Andrés
interpela a una pareja de novios con su conocido sonsonete. “Venimos de Santa
Amalia”. Y el chaval le espeta de forma despectiva, con cierta retranca: “Pues
ya os queda menos”.
En
la presa nos comemos el resto de barritas y plátanos y nos retratamos. Andrés,
contumaz, sigue con su cantinela de apremiar al personal para que se ponga en
marcha (¡qué pejiguera, madre mía! ¡que no te caiga, vamos!)
Al
poco de arrancar, para desazón del “prisiña”, va Mario y pincha (¡qué
ocurrencia!). Diez minutos de receso en subsanar la avería y, de nuevo en
marcha, volamos hasta La Zarza con el aire de culo.
En el pueblo de la piel y
el cuero cogemos la pista del Canal del Zújar. Cruzamos los arroyos Cazuelas,
San Juan y Caballo rodando como posesos y sobre la una menos cuarto arribamos a
Guareña, cuyos habitantes más rezagados aún andan con los últimos preparativos
para salir al campo a pasar el día “de jira”, como decimos en mi pueblo.
Cargamos
las bicicletas, cogemos los coches, nos felicitamos por el estupendo día de
ciclismo del bueno que hemos pasado y ¡hala!, zumbando para el pueblo. En la
sede nos “recetamos” la birra o el refresco de rigor. Hoy nos toca zamparnos
unas alitas de pollo con patatas fritas, que nos saben a poco para la “jambre” que
nos ha despertado el pedaleo.
Como
corolario, decir que animo a la gente a hacer de vez en cuando rutas inéditas
como ésta, con dos premisas como objetivo: no caer en la monotonía por el hecho
repetir las mismas rutas una y mil veces, y descubrir y conocer nuevos parajes
de esta sin par y asendereada Extremadura de nuestras entretelas.
DON PEDRO que suerte tenemos teniendote entre nosotros lo que nos enseñas, y lo bien que lo narras. La ruta fue muy bonita el aña que viene ha realizarla entera por esos caminos que me comentaste.
ResponderEliminarBuenísima crónica Pedro,con pelos y señales como te caracteriza,. Espectacular ruta y bonita,aunque ya sabes que fui con las fuerzas exhaustas,y también con el "conato" de abandono que tuve......al final dichoso de haberla realizado. Es un placer poder salir de ruta con VOS.
ResponderEliminarUn nuevo Máster en redacción de crónicas, querido Pedro. Para quien no haya realizado la ruta, con la soberbia descripción realizada, sólo podrá añorar no haberla disfrutado en vivo.
ResponderEliminarPero si destacable es uno, no menos es lo de nuestro singular Triki...porque mérito tiene. ¿Cuando vas a volver a pedalear con nosotros?. ¡Te hechamos de menos!
Señor Don Pedro, solo darte la enhorabuena por la ruta, por esta pedazo de crónica y por esa memoria que tienes. Que recuerdes todos los caminos, nombres de finca, arroyos y todo esto me tiene anonadado!!! Un saludo y mis felicitaciones Pedro ¡Que podríamos hacer sin tus conocimientos!
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