viernes, 23 de octubre de 2009

DESDE CAÑAMERO A GUADALUPE, VENGO POR TODA LA SIERRA.


Domingo, 18 de Octubre de 2009
ASISTENTES A LA RUTA:

Vanesa Aparicio
Juan Luis Capilla Camacho
Pedro Carrasco Cuesta
Pablo Carrascosa Sánchez
Miguel Angel Casado
Paco Cidoncha Carrascosa
Vanesa Dorado
Gloria Martín Muñoz
Juan Carlos Muñoz Tapia
Domingo Pablos Bautista
Diego Parejo Jiménez
Javi Parejo Jiménez
Amparo Sosa
Esther (Mujer de Diego)

Comentario:
Como no solo de pedalear vive el hombre, un grupo de Perrigalgos se disgregaron este domingo de la actividad habitual, y optaron por algo tan ancestral y primario como imitar a Kun-Fu, o sea, ir un rato a pie y otro caminando.
A tenor de lo que disfrutó la gente, me atrevo a pronosticar que actividades como esta volverán a repetirse, aunque solo sea de forma esporádica; y quién sabe si esta peña, que nació con la exclusividad de la bici como herramienta de motricidad, no pueda derivar, andando el tiempo, en un híbrido de senderismo y cicloturismo.
Salimos de la plaza en varios coches un grupo formado por 9 hombres y 5 mujeres. Cuando llegamos a Cañamero e iniciamos la marcha eran las 9, hora en que casualmente en sincronía, aunque solo fuera por coincidencia o por simpatía patológica (quién sabe), arrancaban también desde el paseo un grupo de 8 Perrigalgos con las bicicletas, como nos informó Andrés por el móvil.
Partimos pertrechados con cañas, palos improvisados, bastones o varas de las que usan los peregrinos como adminículo, y lo primero que hacemos es equivocarnos de camino, lo que nos obliga a volver sobre nuestros pasos y perder media hora preciosa.
Nos entretenemos unos momentos en una cueva denominada La Chiquita. Algunos le encontraron similitudes con nuestra cueva de Periquito. Enseguida Paco nos apremia con su sempiterno y certero aserto: “Vamos andando, que la cabra coja no quiere siesta”.
Buscando la ruta correcta, Domingo se arranca con un par de chistes que pueden ser, sin pecar de exagerado, coetáneos de Matusalén. Primero nos cuenta el del búho y remata la faena con el de las patatas; aquél paisano que fue a comprar patatas y creyó que le habían engañado en el peso, y que, tras llevar el saco al hombro un buen rato, mudó de parecer y pensó que realmente el dependiente le había echado patatas de más.
Por fin encontramos el sendero, tras cruzar una piscina natural en el río Ruecas, y a partir de ahí solo tenemos que guiarnos por los colores rojo y blanco pintados a trecho en piedras, árboles y maderas.

Subimos en fila india por una vereda empinada y pedregosa, buscando la presa llamada Cancho del Fresno. Después de bordear el pantano por una pista de tierra, comienzan de verdad las “hostilidades” (léase dificultades), cuando dejamos el camino y cogemos una vereda donde hay una inscripción que dice: “Ruta de Isabel la Católica”.
El día es soleado y el personal se aligera de ropa. Yo maldigo el no haber echado un pantalón corto, y tengo que conformarme con remangarme hasta las rodillas el chándal.
Llegamos a la llamada Cruz de Andrada, donde cuenta la historia que unos salteadores de caminos, allá por el año 1844, atracaron a un recaudador de impuestos llamado Sebastián Andrada y le quitaron no solo la bolsa, sino la vida también.

Siguiendo la ruta, el sendero se vuelve por momentos más duro y empinado. Se me ocurre que no sé cuánto tendrá de cierto (o de leyenda) el que Isabel la Católica pasara por aquí subida en unas parihuelas, pero yo, escéptico por naturaleza que soy, pienso que es una puta mentira. Pero lo que sí es del todo cierto, es que lo que dicen que hizo la reina encaramada en unas angarillas, lo hemos hecho nosotros andandito, con dos cojones (bueno, las mujeres con un par de ovarios bien puestos).
Pablo, que ha hecho antes este camino, hace de vez en cuando de cicerone poniendo en antecedentes al grupo.
Pronto llegamos a otro punto señalado del recorrido, el llamado eufemísticamente “Melonar de los Frailes”. Es un barranco en el que, de forma inopinada, hay un montón de peñascos sueltos que no acierto a saber cómo han llegado hasta aquí. Tan solo se me ocurre que pueda tratarse de los restos de un glaciar, y que estas piedras sean la morrena que ha arrastrado a lo largo de milenios desde el pico llamado del Águila. Alguien dice, con sorna, que justo aquí fue donde se mataron dos frailes a pellizcos.
Seguimos avanzando por la ladera de un frondoso barranco jalonado de madroños, robles, castaños y cerezos, con un silencio roto solamente por las esquilas de un rebaño de cabras que pastan a lo lejos.

Inmersos en un mar de helechos de un metro de altura, se comenta sobre lo que parece a todas luces una incongruencia: que la patrona de Extremadura tenga que pertenecer nada menos que a la diócesis de Toledo. Eso puede ser, ya metido en temas teológicos, como los designios del Señor, que son inescrutables.
Llegamos a una alambrada donde se encuentra otro lugar emblemático de la ruta: el castaño El Abuelo, un ejemplar milenario con un tronco gigantesco, hueco en una de sus partes. Como a medida que voy cumpliendo años me estoy volviendo más sensible (que no sensiblero) y fetichista, cojo una castaña del árbol y me la guardo como recuerdo.

Según dice una señal llevamos recorridos 9 kilómetros (los más duros) y nos restan 6 (los más fáciles), así que decidimos hacer la preceptiva parada para descansar y comernos un, hoy más que nunca, merecido bocadillo. Diego se come dos y, haciendo un símil con los coches de Fórmula 1 cuando paran a repostar en las carreras, comenta: “Es que yo voy a una sola parada”.
Todavía sentados departiendo de manera distendida, empiezan a desfilar delante nuestra una heterogénea retahíla de peregrinos que venían siguiéndonos los talones. Domingo le hace notar a uno de ellos que lleva dos varas, una en cada mano. Y el hombre cincuentón, pingandito de sudor y con voz entrecortada, suelta la ocurrencia del día: “¡Anda cojones! ¡Y porque no soy un pulpo, que si no llevaría ocho!”.

Paco vuelve sobre las malas migas que hacen las cabras con la siesta, y el grupo se pone en pie. Antes de iniciar la bajada, hecho una última ojeada a las vistas de ensueño que se ven desde aquí de la agreste comarca de Las Villuercas.
Se alternan ratos de charla con momentos de silencio, donde cada cual se empapa del paisaje y de una intangible paz interior, antídoto perfecto contra el estrés y bálsamo para excesos de alcoholes y toxinas.
Bajando por un camino ancho se forman tres grupos. Javi le pregunta a Juan Carlos que qué se le da mejor, la bici o andar. El interfecto responde que andar y apostilla: “Vamos, cada vez va uno más para atrás. Lo próximo es la petanca”
.
A Miguel Ángel Casado hace tiempo que se le han despegado las suelas de los botos. Viendo las suelas separarse del tacón a cada paso, alguien comenta con jocundidad: “A quién se le ocurre venirse en chanclas”. Y otro, abundando en la chanza, remacha: “Cuando te vean en Guadalupe dirá la gente: ya vendrá de lejos ese peregrino, que mira cómo trae los botos”.
Al pasar por la ermita de Santa Catalina, ya con la puebla a tiro de piedra, el grupo camina con nuevos bríos. Entramos en la villa por callejas estrechas y empinadas; le dan a las rúas una raigambre de añejo encanto los vetustos balcones de madera, ornados con tiestos de geranios y hortensias. Callan las bocas (acaso por la emoción) y solo hablan los báculos, golpeando el empedrado de forma acompasada.

La presencia de la plaza, presidida por lo imponente del real monasterio, nos reconforta. Cuando entramos en la iglesia abarrotada, el oficiante lee la carta de San Pablo a los corintios (¿o eran los efesios?). Al salir, minutos después, esta diciendo: “Señor, que dijiste a los apóstoles...”.
Nos fotografiamos en la escalinata y vemos a varios paisanos, de los que han venido andando desde el pueblo. Uno de ellos es Flore (al que no vemos), un egregio Perrigalgo, ferviente todoterreno, curtido en éstas lides, y con más tiros pegados que la ventana de un sheriff.
Felizmente cansados y con las cinco Perrigalgas que han superada la prueba con nota, nos disponemos a tomarnos unas cervezas. Y es que pocas cosas hay en el mundo tan placenteras como el primer trago de una cerveza bien fría en un día caluroso; yo solo concibo tres cosas que puedan superarlo. A saber: comer, cagar y follar.

Como corolario, decir que no es un panegírico gratuito si digo que he disfrutado en esta ruta como un enano, y que me lo he pasado de puta madre.

PEDRO CARRASCO CUESTA.

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