miércoles, 18 de octubre de 2017

RUTA A ALANGE: SE RESISTIÓ, PERO AL FINAL CAYÓ





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No me correspondía a mí relatar lo acontecido en esta ruta, pero entre la presión y razonamientos de algunos, y que uno es bastante mollar, heme aquí de nuevo, pluma en ristre. Para no dar la sensación de que soy demasiado influenciable y/o facilón, dije con toda la rotundidad que fui capar de aparentar, que con esta crónica me despedía para lo que resta del año.
Tocaba para este domingo 15 de Octubre una de las jornadas marcadas en nuestro particular calendario: la ruta-convivencia de Alange, una ruta que parecía gafada, ya que ha estado programada durante un par de años, y por unas cosas o por otras siempre se chafaba. En esta ocasión, y sin que fuera precisamente el mejor año si lo vemos por el lado de que el monte no está en su plenitud por la ausencia de lluvia, el personal se ha animado formando un grupo considerable y la jornada ha resultado un éxito, tanto a nivel estrictamente deportivo como lúdico.
Un goteo incesante de Perrigalgos se van dando cita en el Paseo a las ocho. Faltan “espadas” asiduos como el Chino, Diegui, Toni o Tite. Por el contrario, aparece Blanquito, que quiere mantener su fielato a las rutas especiales; y eso que no da ni una pedalada desde la ruta nocturna, lo que tiene un mérito extraordinario.
Entre saludos y charlas son objeto de mofa y chanza los compadres Diego y Alfonso, que aparecen con unas medias de compresión que les dan por la rodilla. En lo que resta de día serán motejados, entre la hilaridad del personal, como LAS NANCY o LAS MARIE CLAIRE.

Arrancamos con dirección a Medellín cuando aún no ha amanecido del todo. Es por eso que lo hacemos por las charcas del Voluntario, para evitar la carretera. A propósito: los pescadores han madrugado más que nosotros porque están todos en sus puestos; para que aprendan los camastrones que pueblan esta bendita peña.
En la cuna de Hernán Cortés giramos hacia la derecha por la carretera de Mengabril. Pronto nos plantamos en Las Cruces, donde nos paramos un instante para que los frioleros (también tenemos unos cuantos), que vienen pertrechados con camisetas térmicas, perneras, manguitos…, se despojen de unas prendas que ya sobran, a tenor de la temperatura agradable que hace ya a esta hora tan temprana.  

Ascendemos por la carretera una cuesta de un par de kilómetros, y torcemos a la derecha por una pista en descenso. Se suceden los toboganes por un camino polvoriento, donde rodamos a un ritmo endiablado.
Vemos a la derecha el Palacio de Congresos y Exposiciones de Villanueva. Ah no, que es una gran pila de alpacas. Es que se me ha venido a la cabeza que los villanovenses le llaman, con sorna, al adefesio de dicha edificación, la alpaca, por su semejanza.
Cruzamos el río Guadamez, que está más seco que el ojo de un tuerto. Aquí será donde dicen que hasta las ranas gastan cantimplora.
Llegamos a una bifurcación de caminos justo en la finca La Bóveda. Tras una parada para reagruparnos, seguimos por un camino ascendente por el paraje Cantaelgallo y el arroyo del mismo nombre.



Hablando con el Demontre no sé de qué, oigo en mi rueda trasera un silbido tan característico como fatal. El filo de una piedra con mala leche ha sido el causante de un corte en la cubierta, ante el que nada puede hacer el tubeless. Ponemos una cámara y sale a colación la pérdida de la válvula del Chino en un caso similar, en el puerto de La Cabra, en la reciente ruta donde acompañamos a Javi Avería.
Con la válvula a buen recaudo (¡dicen que vale 10 euros!) arrancamos de nuevo y pronto llegamos a los pinares que pueblan la reserva forestal de las sierras La Pajosa y Utrera.


Giramos a la derecha y dejamos a la izquierda el cortijo de la finca Lagunilllas, y a la derecha la sierra La Gangosa, donde hemos estado en varias ocasiones. Pronto nos plantamos en la población de Manchita. Llevamos media etapa recorrida y decidimos pararnos delante de la iglesia, a comernos el piscolabis.




 Dando buena cuenta de sándwiches, plátanos y demás viandas nos llega la noticia luctuosa del fallecimiento de tío Bernardino, el padre de nuestro compañero Manolo. Luis activa el protocolo pertinente, consistente en comprar un ramo de flores con el que la peña muestra las condolencias a todos los Perrigalgos que pierden un familiar allegado.
De nuevo en marcha salimos del pueblo y enfilamos por la Cañada Real Leonesa, camino de Oliva de Mérida. Ascendemos un repechón dejando a la izquierda el cortijo La Tahonera. El terreno es más bien favorable y pronto llegamos al camino de Los Lomos. Lo cogemos a la izquierda, pero enseguida lo dejamos para seguir por un terreno adehesado en la finca de reses bravas denominada El Rincón. 






En esta bifurcación el GPS de Javielillo indica continuar recto, y tengo que intervenir para indicar girar a la izquierda. Algunos quieren ver, a modo de símil, cómo el hombre sigue ganando a la máquina, como si de una partida de ajedrez entre un ordenador y un ser humano se tratase. Luis y Javielillo se enzarzan en un reto por ver cuál de sus sofisticados GPS ha marcado mejor la ruta, pero la sangre no llega al río; más bien es un ejercicio de chincharse y darse por saco mutuamente.
En Oliva de Mérida nos detenemos a repostar los bidones de agua, en distintos bares de un lugar céntrico del pueblo. A la salida de la localidad vemos a varios lugareños sentados tranquilamente a la sombrita y bebiéndose una litrona. Al vernos, oímos a uno decirle a otro: “Mira, aprende, a ti que te gusta la bici”.



Dejamos la carretera que lleva a Palomas y torcemos a la derecha, y enseguida llegamos a la entrada de El Pago de los Balancines, una finca de viñedos con cuyas uvas se produce un vino de cierto prestigio.

En una curva de noventa grados Blanquito nos da un susto al salirse recto, pero afortunadamente se va dentro del majuelo, sin nada que lamentar.

Transitamos por un valle entre dos sierras (bueno, como todos los valles): a la izquierda la sierra de Las Calderitas, en cuyo cerro llamado de Las Peñas Blancas pueden verse una panoplia de pinturas rupestres; y a la derecha la sierra del Calvario. Esta última es la que tomamos por un sendero que discurre por mitad de la sierra, y que va a dar a las minas de tierrablanca, en el paraje llamado Juanbueno. Nos paramos un momento a ver estas conocidas minas de dióxido de silicio o sílice, lo que comúnmente conocemos como tierrablanca, y que antaño se usaba como cal para blanquear las casas. Ahora están abandonadas, pero en su día dieron vida a la población de La Zarza. De aquí extraían el mineral y los arrieros lo vendían, portándolo en sus burros, por toda Extremadura.



Dejamos las minas, que se asemejan a un paisaje lunar, y enfilamos para La Zarza, de la que nos separan un par de kilómetros. Ahí se produce el segundo incidente de la jornada: el pinchazo de Pancho, producido por un maldito abreojo; otros similares nos depararían una desagradable sorpresa a algunos más.  

Siempre observador, me percato de otra diferencia entre los “comedores de brevas” y las “cabras cojas”, al margen de las pedaladas que dan unos y otros. Veo que mientras los “comebrevas” tienen el traje impoluto, las “cabritas cojas” estamos como peces enharinados (enjarinaos, decimos en mi pueblo). Y es que con lo seco que están los caminos, como vamos siempre detrás como los cojones de los berracos, nos tragamos todo el polvo. ¡Qué cabrones!
Descendemos a toda mecha por una carretera que circunvala la población de La Zarza y cogemos la que lleva a Alange, pueblo que ya vemos en lontananza a unos cinco kilómetros.
Los recorremos a un ritmo pausado y pronto llegamos a nuestro destino con setenta y cinco kilómetros recorridos, seis menos de los que marcaban los modernos aparatejos de Javielillo y Luis. 



Ah, Juanlu, toma nota de que me adeudas cinco kilómetros, para cuando me exceda en mi vaticinio y te aplique el IVA. Las mujeres, sentadas en la terraza del restaurante Trinidad donde vamos a comer, nos aplauden al vernos llegar cansados, sudorosos y polvorientos…pero contentos por haber consumado con éxito una ruta exigente, solo empañada en parte por la sequedad del monte, debido a la prolongada sequía que venimos padeciendo.
Nos tiramos la foto de familia en una fuente y nos vamos a un polideportivo, donde nos duchamos. Ha sido Juanlu el responsable de las gestiones para conseguir las duchas, gentileza de la oficina de turismo del ayuntamiento de Alange, un bonito municipio asentado a orillas de la presa del mismo nombre, sobre el río Matachel, y cuyo emblema es el famoso balneario y termas romanas, con unas propiedades medicinales de sobras conocidas.
Tras refrescarnos con unas birras que tenemos bien merecidas, nos dan de comer de lujo en el restaurante Trinidad, donde Luis tiene hecha la reserva.
Al volvernos para casa vemos que la bici de Juanito, ya montada en el portabicis, tiene las dos ruedas en llanta. Alfonso toma la instantánea, descojonándonos de la risa, mientras que Juanito dice, con su peculiar tranquilidad: “Esto ya no entra en la crónica”. Comento el caso en el grupo de whatsapp con un puntito de cachondeo y de retranca. Y al poco rato, Luis, que ya ha llegado al pueblo y que lleva mi bici, manda otra foto con la rueda de mi “burra” desinflada y una pregunta con cierto retintín que dice: “¿Esta tampoco entra en la crónica?

Hasta la próxima “correliebres”, que será el año que viene.
Crónica de Pedro Carrasco Cuesta

3 comentarios:

  1. Abuelo....mira que te dije que no te metieras conmigo que no aguanto las bromas, pues nada, ni caso, a ver quien te pone las claves ahora...
    Ruta especial buena, con buena gente y rematada con una buena convivencia, lastima que no hayan caído estas aguas la semana pasada, otro gallo habría cantado pero en fin otra especial a la saca.
    Por cierto, la crónica de diez, como siempre....

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  2. Don Pedro, siempre serás mejor que los aparatejos estos, ruta estupenda la pena es que el agua no llegara auna semana antes que hubiese cambiado todo bastante, así y todo otro día estupendo agradecer a los organizadores Juan Luís y José Luis ya que todo estuvo perfecto ahora a preparar la próxima

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  3. Otra rutaza en el haber del agüelo y me llevo las manos a la cabeza de cómo este hombre se mete por esos vericuetos y al cabo de los tiempos se acuerda como si hubiera pasado ayer.
    Sin desprestigiar a los aparatos de José Luis y en especial de Javi, que se preocupó de marcar el recorrido (por si), en esta ocasión, por bien de la humanidad Kasparov (el Agüelo) pudo con Deep Blue (los Garmins).
    Otra jornada sobresaliente por la ruta (aunque desmerecida por la sequía y la temperatura) y la posterior convivencia.
    Pedro, que sepas que esta partida ya ha quedado registrado en haber del libro de contabilidad kilométrica. Iremos arreglando cuentas.

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