Fotos:
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Cincuenta y siete exactamente
fueron los kilómetros que los numerosos perrigalgos que se dieron cita en la
ruta dominical realizaron entre nubes amenazantes de agua sobre sus cabezas.
Pero no fueron precisamente los kilómetros, como diría mi quinto Paco, los que
hicieron cagarse a la perrina, sino cómo se rodaron durante los mismos.
En una mañana en la que se presagiaba tormenta, y a pesar
de los mensajes animosos del whatapps que nos invitaban a no dejar la cama, me
decido a salir con la bicicleta para conocer un poco más de la curiosa y
desconocida especie que bajo el nombre de Perrigalgo sale a rodar todos los
domingos en manada por la dehesa extremeña.
Ya en mi primera saga expuse dos incógnitas que aún no han
logrado ser resueltas. La primera de ellas, porqué el perrigalgo deja siempre
camino por vereda renunciando así a un rodar mucho más cómodo y relajado; y la
segunda, porqué se empeña, en contra de las más elementales leyes de la física,
en continuar a la misma velocidad en llano que cuando se enfrente a una ligera
subida.
Dispuesto a desentrañar éstas y
otras incógnitas que puedan plantearse,
decido enfundarme el equipo y acudir, a pesar de la amenazante lluvia, a
encontrarme a las nueve clavadas en la Plaza de España con tan curiosos
especímenes.
De todos es ya sabido que el
perrigalgus vulgaris es una especie mamífera que rueda en manada siempre el
mismo día y a la misma hora. Su itinerario es incierto y desconocido como la
especie en sí, a diferencia de otras especies como la ballena gris en su
periplo migratorio, o el ñu en su travesía por el Serengueti, el perrigalgo
inicia su estampida sin saber muy bien hacia dónde dirigirse.
Lugareños han atestiguado a veces
haber visto en días de diario a perrigalgos sueltos, o en pequeños grupos, de
no más de 4 ó 5 individuos, pero dado la poca previsión de las mismas existen
pocos documentos gráficos de tan excepcionales salidas.
Allí me presento camuflado en mi
afán de conocer más de esta rara especie, y rápidamente observo y detecto los
distintas subespecies que componen tan hetereogéneo grupo. Se dan cita algunos
perrigalgus vulgaris, pero también entre ellos hay algunos perrigalgus
comebrevis que se caracterizan por su pedaleo vigoroso y constante, y algún que
otro perrigalgus caprus cogis, que bueno, pedalean.
Tras las gafas, con cascos y
demás indumentaria, no siempre resulta fácil distinguir a primer golpe de vista
algunos especímenes de perrigalgus vulgaris con los perrigalgus comebrevis,
pero sé que a lo largo de la jormada, el camino pondrá irremediablemente a cada
uno en su sitio.
Tras los oportunos saludos de
rigor, y tras la espera a que Santi volviera a casa a cambiarse por haberse
presentado sin su indumentaria ciclista, vuelta a la plaza que no sabemos para
qué, y salir rodando hacia nadie sabe dónde.
Aunque me sitúo al final de la
manada, decido subir hasta los primeros puestos para hablar con alguno de los
machos alfa del grupo y conocer cuál será nuestro trayecto. Si el perrigalgo se
mueve con soltura en el monte, a mí me cuesta lo suyo mantener el tipo, así que
no resultaba del todo descabellado conocer con antelación el camino que nos
resta. Los machos alfa, como no podía ser de otra forma todos perrigalgus
comebrevis, son los que conducen a la manada, y es que los perrigalgus caprus
cogis no están precisamente para guiar a nadie. Me tranquiliza oír que nuestro
destino para esta jornada me resulta conocido por mis salidas desde Mérida.
Se dedican los perrigalgos
durante el trayecto hasta la autovía a intercambiar impresiones, mientras
tanto, yo aprovecho para saludar a Lalo, con el que no he coincidido en ninguna
salida y que, por cierto, estrena una flamante montura.
Por fin llegamos a la nunca
suficientemente bien idolatrada cuesta de Cuadradillo que, como el Juicio
Final, separará a los buenos de los malos. Y vaya que lo hizo, las distintas
subespecies de perrigalgus se separaron como se separa el aceite del vinagre.
Comebrevis, Vulgaris y Caprus Cogis en este orden fueron coronando la cuesta en
hilera.
Pasado el primer escollo
comentaron que Miguel se había retirado. Los Comebrevis, que tan pronto ruedan
hacia delante como hacia atrás para informarse de los rezagados, informan al
resto de la manada que la situación está controlada y la migración reemprende
la marcha.
Más adelante, Andrés y Luis también abandonaron el grupo. Y es que,
en mis contadas ocasiones que he salido con esta especie, he logrado constatar
que la manada nunca deja a un individuo, menos aun cuando éste flojea. En todos
los casos que he tenido el placer de presenciar ha sido el individuo el que se
sacrifica voluntariamente abandonando el grupo para así no castigar al resto de
la manada.
A velocidad de vértigo, subíamos
y bajábamos unos toboganes que nos conducían al embalse de las Muelas. Petete y
Diegui descolgados del grupo, viendo el tránsito de la manada desde lejos, me
confirmaron cuando se reagruparon algo que yo ya intuía, “es que se corre más
en las subidas que en las bajadas”.
Avituallamiento en las Muelas e
inicio de un tramo francamente precioso bordeando el arroyo en dirección al
Rugidero. Aprovecho desde aquí para agradecer a nuestro expedicionario
excepcional, las rutas que nos enseña domingo a domingo, y es precisamente ésta
otra de las características del perrigalgus, su trabajo por el mantenimiento y
buen funcionamiento del grupo.
El camino, con apenas dos
kilómetros, no era camino sino vereda. Más propio de su tránsito a pie que
sobre dos ruedas, por lo que temía que otra de las incógnitas de esta rara
especie que me planteaba al inicio no iba a ser desvelada tampoco en esta
jornada. En un tramo de la vereda había que salvar una fuerte pendiente que los
perrigalgos, uno a uno, fueron pasando.
Yo, ante el miedo obsesivo a caerme por
no poder desenganchar a tiempo la cala lo pasé andando, flanqueado en todo
momento por dos machos alfa que supervisaban la exitosa superación del escollo.
Pasado tan angosto camino, la
manada volvió a reagruparse. Allí aproveché para saludar a Pancho, que es un
perrigalgo que como a otros curiosamente no veo en toda la jornada, y es que
aún viajando los dos en el mismo tren, son muchos los vagones que nos separan.
Pasado el arroyo de las Mezquitas
y ya de camino al pueblo, Pablo me busca entre el grupo para ponerme al
corriente de otra costumbre perrigalguera, se trata de una prerrogativa de
quien escribe la crónica para decidir la ruta a seguir. Ya me lo podía haber
dicho antes, pensé. Ante el flaqueo de mis fuerzas como consecuencia del parón
invernal y aún siendo consciente de que la misma iba a resultar contraria a la
mentalidad perrigalguera, no dudo en tomar una decisión: Por el camino más
corto, lógicamente. No sé si como consecuencia de mi súplica o no, pero
decidieron bajar por el Borril y continuar por la pista del canal de Orellana.
Es Pablo precisamente quien me
acompaña camino del Borril en mi transitar cansino descolgado ya del resto del
grupo y, alejado del ruido que produce la manada en su rodar, aprecio ya no el
paisaje, sino el sonar de la dehesa extremeña en plena ebullición primaveral.
El olor a monte, mariposas sobrevolando nuestras cabezas cruzando el camino por
delante de nosotros, el trinar de los muchos pájaros que habitan en la dehesa,
el fresco viento de la tormenta sobre nuestros sudorosos rostros, un conjunto
de sensaciones fabulosas sólo rota por el chirriar de la bici de mi compañero,
que con un rítmico y melódico trick track me hace despertar de tan idílica
abstracción. Eso ya no lo soluciona el aceite, Pablo.
Bajamos el Borril por mi parte
con muchísima precaución detrás de Alfonso. Qué difícil va a ser conocer bien a
esta especie si no los veo ni bajando, era mi pensamiento cuando me encuentré a
Capilla en la cuneta como consecuencia de un pinchazo. Parón del grupo de nuevo
que los más cortillos aprovechamos para respirar.
Enfilamos la pista del canal de
Orellana a una velocidad de 40 kilómetros por hora en casi todos los tramos,
sin bajar en ningún momento de 35. Lástima de no tener unas chinchetas en
aquellos momentos, me lamentaba; claro que yendo el último no sé a quien se las
iba a tirar. Van a resultar más útiles las chinchetas que los geles-droga.
Giramos a la derecha dirección a
la autovía en una pista de bajada y la velocidad de la manada al bajar
disminuye radicalmente a 30 kilómetros por hora. Definitivamente, como dicen ellos mismos,
están locos.
Después de un buen paso por la
carretera, en la que alguno volvió a quedarse descolgado, llegamos al pueblo
sin incidencias reseñables, con la sensación placentera de una misión cumplida,
de haber disfrutado plenamente de una buena compañía, pero con misterios de tan
enigmática especie aún sin desvelar:
¿quién es el tío de la marra?
¿aparecerá en la siguiente salida?
¿qué incógnito perrigalgo es el
que esconde el pijama de “señó Ernesto” bajo el maillot?
Todos estos misterios y más,
pendientes para la tercera entrega.
Como siempre, un placer de formar
parte de este grupo, señores.
Crónica Manuel A. del Río Leal |
Muy buena crónica, Quinto, se nota la profesión. He reído un montón con la narración que te has marcado.
ResponderEliminarEn cuanto a las rutas perrigalgueras, son como decía el paisano: no es la meada, sino el ringunrango.
Hasta la ruta de la mochila correliebres.
PEDAZO DE CRÓNICA, DEL RIO!! SIENTO HABERME PERDIDO LA PRIMERA ENTREGA DE LA SAGA PERO ENCANTADO DE HABER COINCIDIDO POR FIN EN UNA RUTA CONTIGO. ESPERO QUE SEA LA PRIMERA DE MUCHAS.
ResponderEliminarHay que ver que nivelazo tiene la peña en cuanto a cronista se refiere, enhorabuena Manuel me ha encantado y anda que es mentira los distintos perris que hay y te lo dice uno que ha estado en todas las categorías! !!!
ResponderEliminarA ver q tal se nos da la ruta de la mochila que ganas hay muchas! !
Muy bien Manuel encantados de tenerte entre nosotros, desde luego que siempre se aprende algo nuevo, ahora me entero que hay tres tipos de Perrigalgos. Ahora a por el próximo reto la ruta de la Mochila novedad absoluta para esta peña que no parade imnovar.
ResponderEliminarFenomenal entrega, a lo Félix Rodríguez de la Fuente, dedicada al Perrigalgo, esa peculiar especie que corretea por la dehesa extremeña. Cuando concluyas la serie, a buen seguro dará para un documental de la 2 o de National Geographic. Y como información añadida, por si te pudiera servir para una próxima entrega, me atrevería a decir que la variedad, “cabra coja”, actualmente se encuentra en serio peligro de extinción.
ResponderEliminarMi más sincera enhorabuena a Pedro Carrasco, por deleitarnos con ese tramo de belleza extrema que transcurre entre el embalse y el Rugidero y a Javi, por saber plasmarlo en espectaculares imágenes.
ResponderEliminarSobresaliente, sublime, excelsa... ¡Qué peazo de crónica, Manuel!
ResponderEliminarNo quisiera olvidarme de las fotos de Javielillo de la vereda del Muelas. Espectaculares. Con razón desenfundó Juanlu el movil