Track ruta:
Comienza un nuevo año y nuestra peña está más
dinámica y viva que nunca. Hace unos días tuvimos la reunión anual donde, entre
otras cosas, planificamos las rutas que llamamos “especiales”, ya sea la
nocturna, Guadalupe, el Jerte y otras inéditas como Alange o Montánchez.
En esta segunda salida del año el número de
Perrigalgos ha ido “in crescendo”, llegando a congregarse a la hora de salida
en el Paseo hasta veinticuatro unidades, una cantidad nada despreciable.
Destacar las notables ausencias de Lalo, el Presi, Tite, Triki, Jorge o David
que, si no me equivoco, es el único Perrigalgo que se encuentra en la
enfermería en estos momentos (a recuperarse pronto, Liviano). Por el contrario,
nos congratula la “vuelta al redil” de los Bobillos (Isaac, Runi, Miguelito),
tras la maratoniana retahíla de celebraciones varias.
No quisiera dejar pasar la ocasión para felicitar a
Antoñito, el hijo de Andrés, que a sus once años ya aguanta las etapas como un
jabato y va camino de darnos sopas con honda a muchos en muy poco tiempo.
Desde hace un tiempo algunos tienen marcado en el
entrecejo como un estigma hollar la cumbre de El Moro, sita en las
estribaciones más lejanas de Sierra Bermeja. Aunque el día sale con una espesa
niebla que nos podría impedir deleitarnos de las magnificas vistas que se
divisan desde dicha cima, era tal la impaciencia de algunos que ya no cabía
marcha atrás, y hacia allí encaminamos nuestras monturas.
Tras deliberar sobre el camino más corto para
llegar, Javielillo diseña el itinerario a seguir. Hoy nuestro “alter ego” está
como un niño con zapatos nuevos con el flamante cronómetro que le han “caído”
los Reyes, un aparatejo que, menos hablar, hace de todo (bueno, pedales tampoco
da).
Cuando transitando por el Canal de Orellana pasamos
de largo por el camino que lleva a Cuadradillo, algunos no avisados ya vaticinan
que tocaba subir Alico. No se equivocaban. Por un camino ascendente entre
encinares idílicos envueltos en un manto de niebla, ganamos el famoso “pino de
Alico” (El Lico, decimos en mi pueblo), un magnífico y mayestático árbol
enclavado en el punto más alto del entorno, y del que nadie supo darme norte de
su genealogía.
Cruzando el paraje denominado las Mesas del Romeral,
también conocidas por las del Capitán, ocurre la primera incidencia del día, en
forma de avería. Ha sido Javielillo quien pincha en una bajada con muchas
piedras sueltas, quien, además de arreglar el pinchazo, nos da pelos y señales
de la altura a la que nos encontramos, tanto a nivel del mar como del pueblo;
está tan exultante con su cronómetro que ni el reventón le ha contrariado.
Nos adentramos en Las Mezquitas y pronto llegamos,
sorteando vacas, a la presa de las Muelas, sobre el arroyo del mismo nombre,
cuya pared cruzan montados los más temerarios, mientras que lo hacemos
andandito los prudentes y los que padecen de vértigo.
Nos cruzamos con un grupo de ciclistas a los que
saludamos, y pronto vemos a la derecha un rebaño que se me antoja singular. Y
es que yo siempre había visto rebaños de ovejas blancas con alguna negra, si
acaso; pero jamás uno con ovejas negras y alguna blanca, como de muestra.
Curioso.
Atravesamos de
este a oeste el parque de Cornalvo buscando el cruce de caminos denominado
Cuatro Caños, donde nos reagrupamos y nos tiramos una foto con dos animosos y
gentiles vigilantes del parque. Ya por un camino desconocido por el grupo,
iniciamos la ascensión a nuestro destino. Pronto nos adentramos en un terreno
privado e iniciamos una suave subida, cruzando un pinar de ensueño.
Tras pasar la arboleda la pendiente se empina sobremanera en el último kilómetro que queda hasta la cima. Todo el grupo logra hacer cumbre sin echar pie a tierra; eso sí, cada uno lo hace al ritmo que le permiten sus piernas. Yo había advertido al grupo que, por tratarse de una finca privada, tratásemos de no dar muchas voces. Es Pancho, con su sempiterna jocundidad y la voz entrecortada quien comenta, acezando: “¡Como coño vamos a dar voces, si no somos capaces ni de hablar!”
La niebla nos hace un guiño y, aunque no como en un día radiante, nos permite disfrutar de la panorámica que se columbra en derredor.
Tras pasar la arboleda la pendiente se empina sobremanera en el último kilómetro que queda hasta la cima. Todo el grupo logra hacer cumbre sin echar pie a tierra; eso sí, cada uno lo hace al ritmo que le permiten sus piernas. Yo había advertido al grupo que, por tratarse de una finca privada, tratásemos de no dar muchas voces. Es Pancho, con su sempiterna jocundidad y la voz entrecortada quien comenta, acezando: “¡Como coño vamos a dar voces, si no somos capaces ni de hablar!”
La niebla nos hace un guiño y, aunque no como en un día radiante, nos permite disfrutar de la panorámica que se columbra en derredor.
Entre fotos, plátanos, barritas (el Demontre y yo
polvorones, como buenos lampuzos) y demás reconstituyentes, Javielillo anuncia
que su nuevo aparato dice que el porcentaje máximo de la subida es del 17 %. No
está mal.
Iniciamos el descenso (Pablo, que es como una madre,
se ha adelantado para apartar un árbol del camino) y en un pis-pas estamos de
nuevo en Cuatro Caños. Pasamos por un camino recién arreglado que discurre
entre encinas y alcornoques. En un recodo nos damos de bruces con una piara de
guarros, que huyen despavoridos ante nuestra presencia con sus bonitos y
característicos andares. ¡Hasta eso me gusta de ellos!
En el mismo sitio donde hace poco Lalo hizo “cuerpo
a tierra”, Moi hace lo propio. Haciendo “la cabra”, como es su costumbre, su
rueda delantera resbala en la cuneta y se cae en el albañal, como diría el gran
Tite. Un poco más adelante fue Miguelito el que está a punto de “jocicar”.
Finalmente logró mantener el equilibrio, aunque su única espita fuera tirando a
“trochi mochi”, campo a través.
Ya en la pista asfaltada giramos a la derecha hasta
el cortijo de Campomanes. Allí torcemos a la izquierda para bajar por la finca
del Calaverón, de infausto recuerdo para los Perrigalgos. Recordemos que es ese
descenso tuvo Juanito una caída que nos puso los pelos de punta y que pudo ser
fatal si no llega a ser por el casco,
que quedó destrozado.
En el último tramo de regreso hace presencia (y
estragos) el “tío de la marra”. Las cabras que en esta ocasión empiezan a
cojear responden a los nombres de Diegui, Runi, Blanquito, Félix y Miguelito,
que llegan al pueblo con las fuerzas justas…y Antoñito tan fresco.
Ya en la sede se ven caras de satisfacción por haber
consumado una bonita etapa, mientras trasegamos la birra o el refresco atacando
vorazmente cuatro platos bien cumplidos de rejos, con los que en esta ocasión
ha tenido a bien cumplimentarnos nuestra madrina.
Hasta la próxima, “correliebres”.
Buena crónica D. Pedro...como todo lo hagas igual tienes que tener a la Amparo súper contenta.gracias por tu alusiones ,en verdad son muy gratificantes .como yo te digo: "Amos allá jediondo ".un saludo
ResponderEliminarDon Pedro a tus pies, no me canso de decirtelo, la verdad es un lujo contar contigo. Me halagan tus piropos pero no creo que sea para tanto. Respecto a los Reyes la verdad es que estoy como un niño, me levanto con la misma ilusión. Jejejeje.
ResponderEliminarPedro, buena crónica como es costumbre, enhorabuena.
ResponderEliminarA ti también te ha tocado empezar el año perrigalguero con la descripción del recorrido, estos tunantes parece que van nombrando por edad.
El maestro es el maestro. Preciosa rutita que nos marcamos. Aunque el moro bien podía haberse quedado más abajo, el pedazo de cabrón... Miguel Andrade
ResponderEliminarNos enseñas rutas preciosas y luego nos las relatas de forma magistral. No se puede pedir más.
ResponderEliminar