miércoles, 8 de julio de 2009

DE PINO A PINO Y TIRO PORQUE ME TOCA

ASISTENTES A LA RUTA:
Jose Maria Almaraz Luna
Emiliano Andrade Rodríguez
Juan Luis Capilla Camacho
Pedro Carrasco Cuesta
Pablo Carrascosa Sánchez
Pedro Dorado de Mera
Pablo Gallego Casillas
Antonio Indias Fernández
Juan Carlos Muñoz Tapia
Mario Muñoz Tapia
Andrés Nieto Cortés
Domingo Pablos Bautista
Diego Parejo Jiménez

Distancia Recorrida: 38 km.
Tiempo empleado: unas 3 horas.
Velocidad media: + - 16 km/h.
Velocidad maxima: 49 km/h (claro esta, que ha sido bajando)


COMENTARIO:
Como hoy ha vuelto a faltar Flores, heme aquí de nuevo como cronista suplente haciendo inventario de la etapa; es lo que tiene esto de ser un “plumilla” aficionado.
Por motivos diversos, el caso es que en estas fechas el equipo de Perrigalgos se ve diezmado considerablemente. En esta etapa, tras esperar los cinco minutos de rigor (nunca falta algún camastrón) nos hemos juntado un grupo de doce más uno; el número ya daba mala espina a algún supersticioso.
Se pregunta por los que faltan y la causa de su ausencia. Andrés y yo departimos sobre el cuesco que pillamos el día de anterior, y Domingo tercia preguntando si nos cogió “la eléctrica”. Nos interesamos por las secuelas (postillones en la rodilla y puntos en la mano) de Juan Luis, causadas por un “aterrizaje” la semana pasada.
Se me anima a elegir la ruta y, tras mi negativa, es Pablo el que marca el recorrido. Nos ponemos en marcha con dirección al Búrdalo. Al cruzar el puente, giramos a la derecha. Pasamos por Marmedra, Don Rodrigo y Las Monjas, pedaleando con un ritmo liviano. Tato hace un comentario sobre el “gecogido” y alguien remeda su enrevesada dicción. Y es que, lejos de tratar de evitar las palabras que contengan la erre, parece que las busca adrede, el jodido. Pero es tan noble que él mismo se une a la burla, abundando en su tara, libre de cualquier trasnochado prejuicio.
Al poco de cruzar la autovía, nos adentramos en el monte por la carretera vieja Madrid- Badajoz, un camino por el que pasaban antaño las diligencias. Al pasar por unas ruinas, Domingo me informa que se trata de la famosa venta La Guía, un lugar equidistante entre Trujillo y Mérida donde se pernoctaba antiguamente y se cambiaban los caballos. Mi mente calenturienta se remonta por un momento a aquellos tiempos, y me imagino el lugar en plena ebullición y a estos montes infestados de bandoleros viviendo del pillaje y la rapiña.
Con un reconfortante vientecillo dándonos de cara, y tras varios giros y revueltas por unos caminos que se trocan por momentos en enrevesadas veredas, llegamos al punto donde se tenia previsto hacer la parada. Es una vaguada en pleno monte de encinas donde, de forma inopinada, se yerguen tres formidables pinos que se me antojan centenarios.
Nos metemos entre pecho y espalda el tentempié, bebemos, nos retrata Emiliano y charlamos de manera distendida. Se dan los primeros “pespuntes” a lo que pudiera ser algún día el abordar una empresa importante: ir a Santiago de Compostela en bici. Yo ya hago votos para que la idea fructifique.
Cuando nos disponemos a reanudar la marcha, me percato de que la rueda trasera de mi bici está en llanta. Mirando al cielo, no puedo evitar cagarme cuarenta veces en “todos los santos que almuerzan”. Y es que temo más a un pinchazo que a una vara verde; más que nada por mi condición de manazas. Pero allí estaban los compañeros para sacarme del paso y entre Andrés, Domingo y Juan Luis solucionan el problema en menos que se santigua un cura loco.
Finalmente en marcha, se cambian los papeles entre caballos y caballeros. En vez de llevarnos las bicis a nosotros, como es preceptivo, somos nosotros los que nos las tenemos que echar a cuestas o llevarlas de cabestro para salvar, campo a través, una pendiente imposible plagada de espinosas “arbulagas” (el nombre correcto de este arbusto es aulaga; lo digo por si algún repipi...).
Cuando al fin podemos montar, atacamos una rampa empinada en la que Andrés a punto está de dar con los tocinos en el suelo.
Al poco hacemos cumbre mismamente en el conocido pino de Alico (en mi pueblo siempre se ha dicho el Lico), donde tenemos que pasar las bicicletas por encima de una pared de piedra para seguir ruta por un cortafuegos.
Domingo explica a los legos que este paraje es el Lico, lindero con La Reyerta y con Las Mesas del Capitán, un terreno aparentemente yermo que estuvo poblado de eucaliptos.
Al girar a la derecha por un camino pedregoso en bajada, justo al lado de otro mayestático pino, se produce otro pinchazo. En esta ocasión ha sido Pablo, otro “artista” de la mecánica como yo.
Mientras los “mecánicos de cámara” de la peña hacen su labor, Emiliano, en su asumida condición de ciclista de menor “caballaje”,comenta con jocundidad: “Bueno, pensándolo bien, no viene nada mal un pinchacillo que otro de vez en cuando”. El Tato, que se había adelantado, nos espera a lo lejos en el fondo de un barranco. Viéndole manotear a lo lejos, Mario le espeta a voces, haciendo mofa de su corta estatura, grande para enano pero chico para persona normal: “Espéranos ahí, que hemos pinchao. ¡Pero ponte de pie, coño!”.
Reiniciamos la marcha, ya con la querencia de volver para casa, por un camino que cruza interminables encinares y desembocamos en la llamada cuesta de La Novia, bautizada así en su día por un ocurrente Perrigalgo.
Por el camino de Cuadradillo, todo en bajada, el grupo se disgrega. Los más temerarios bajan a toda mecha, mientras que los precavidos (léase miedosos) nos tomamos nuestras precauciones.
Ya en el Canal de Orellana, volvemos a reagruparnos. Al hacer recuento comenta Domingo, con evidente rechifla: “Estamos todos. Estando aquí Emiliano...”. Pero no. Faltaba Juan Luis, que se había dado la vuelta para ir a buscar el cronómetro que se le había caído. A la sombra de los pinos (como en aquella famosa sevillana), esperamos a que llegue. Lo hace al rato con retraso...y sin cronómetro.
Son poco más de las doce cuando llegamos al pueblo. Andrés hace un comentario ocurrente a un grupo de mozas “pintonas” que van de baño a la piscina.
Ya “ancá” Moniato, nos bebemos un reparador refresco mientras se charla sobre si se saldrá el próximo domingo (está La Velada por medio). La mujer de Alejandro nos saca una bandeja de pequeños bocadillos, dando un par de revezos, que nos vienen como polla al culo (sin perdón). Por la calle pasan dos meretrices que prestan sus servicios en El Calipso y Moniato comenta: “¡Eso sí que son un par de bicicletas, no las vuestras!”.
Aparecen por el bar Marcos, Jesús Beltrán y Pedrito Cuesta, que hoy han “hecho cordones”, a interesarse por el recorrido y por cómo se nos ha dado. Finalmente el grupo de Perrigalgos se dispersa por los cuatro puntos cardinales, con la satisfacción pintada en el rostro tras consumar una nueva etapa de ciclismo.

PEDRO CARRASCO CUESTA

No hay comentarios:

Publicar un comentario