lunes, 27 de abril de 2009

Ante la falta de noticias y desconociendo el recorrido semanal realizado por el grupo, he decidido editar la ruta de Cornalvo de fechas pasadas.
La Ruta de Cornalvo
( domingo, 15 de febrero de 2009 )



Florencio Benítez-Cano Benítez-Cano.
Asistentes a la ruta:
Javi Parejo

Domingo Pablos
José Joaquín Gallego
Alberto López
Juan Carlos Muñoz
José Carlos Escobar
Pablo Gallego
Florencio Benítez-Cano
Andrés Nieto
José Mari Garrido
Juan Manuel Barroso
Diego Parejo
Emiliano Andrade
Moisés López
Pedro Cuesta
Marcos Nieto Dorado
Antonio Indias
Juan Luis Capilla
Peligro
Los invitados:
Juanjo Rodríguez
Yiyo (de Isidro Monleón)
Manolo Porro
Juan Sauceda Quintana
Pedro de Jorge
Ignacio.
©Florencio Benítez-Cano Benítez-Cano
Santa Amalia (Badajoz)
Febrero de 2009
Domingo, 15 de febrero de 2009
Tiempo empleado: 3 h. 27 m. 34 sg.
Velocidad Máxima: 50,50 Km/h.
Velocidad Media: 19,800 Km/h.
Parciales: 68,500 Kms[1].
Odómetro: 50.497 Kms.

Recorrido: Plaza de España[2], Trujillanos, Carretera de Cornalvo, Camino que rodea el Embalse, Carretera del Embalse del Muelas, Camino del Cortijo del Huevo, Camino de Mirandilla, Ermita de San Isidro, Mirandilla, Camino de Mérida, Vía de Servicio de la Autovía, Trujillanos, Plaza de España.
Comentario
Tenía que haber avisado a Domingo para que nos fuéramos los dos juntos hasta el lugar de encuentro, el Centro de Interpretación de Cornalvo, pero hasta que no me levanté por la mañana del domingo en cuestión no tomé la decisión de irme en la bicicleta.
Salí a las ocho de la mañana y poco después hice las primeras fotos de la salda del sol un poco antes de llegar a Torrefresneda. La mañana estaba muy buena, un poco fresca, pero no hacía tanto frío como debía suponerse por la pelona tan exagerada que había caído, posiblemente porque la tarde anterior estuvo demasiado calurosa para esta época y el terreno se calentó algo más de lo habitual. Lo cierto es que el termómetro no bajó de los dos, coma siete grados, y a medida que se levantaba el sol, comenzó a subir de forma paulatina, aunque lentamente.
Por la hora que era, cuando comencé a pedalear por las primeras rampas de la subida a San Pedro de Mérida, me imaginé que ya estarían llegando las primeras personas, rabiosas de deseo de hacer por fin este recorrido de Cornalvo, en un día que se aventuraba plácido y sereno, según el parte meteorológico de Sotogerén, y con un número algo más henchido de participantes que en ocasiones anteriores. Por eso me imaginaba como los primeros en llegar harían comentarios oportunos cada vez que llegaba uno más: “hombre, hoy viene también Peligro…; sí pero Javi, el Chino, no puede venir hoy; ya está bien de que Pedro Cuesta regrese al grupo, con esa puta caza…; falta Capilla, ese siempre se retrasa un poco, pero dijo que sí vendría; vaya, mira quien está aquí, tenemos uno nuevo, Marco el de la Casa de la Cultura, bienvenido al grupo; y Flore, parece que se retrasa, a ese no hay que tenerlo en cuenta, si no llega a tiempo es que no viene, o se ha ido sólo desde su casa; bueno, ¿estamos todos?, pues vamos machacando”.
Llegué al lugar indicado antes de lo que había calculado, pues no tuve en cuenta la trocha que hice, tirando por la pista del Canal, así que cuando llegué allí, con el fin de no enfriarme, me fui a coger unos esparraguitos, bueno sólo lo pensé ero en realidad lo que hice fue regresar algunos kilómetros por la vía de servicio de la autovía hasta que me pareció oportuno y regresé de nuevo. Poco después me adelantó uno de los coches y me dio un pitido de reconocimiento y poco a poco fueron pasando todos los demás, incluido el camioncillo del Molino.
Bajadas de las bicicletas de los vehículos, saludos y primeras fotos del grupo, se sucedieron durante unos minutos hasta que decidimos por fin partir por la estrecha carretera que va para el Embalase de Cornalvo. No tardó en escucharse un grito: ¡¡¡¡COOOOCHEEEEE!!!!!, pero el grupo era demasiado, numeroso para poder ponerse en fila india, que por cierto se nos habían unido varios ciclistas más de Trujillanos, pero por fin pudo adelantarnos, aunque lo hizo a duras penas, incluyendo una caída si consecuencia de uno de los componentes del grupo que se despistó un poco mirando hacia atrás.
Poco después se nos cruzó un todoterreno de frente y ese si que le tuvimos que sortear con algo más de diligencia, pues no tenía intenciones de pararse el cabrón.
Al llegar a la desviación de la carretera que va para el Embalse del Muelas, los organizadores del recorrido iban atrás, así que se escucharon unas voces que se repetían como los eslabones de una cadena: a la derecha, a la derecha, a la derecha, a la derecha, …..
Hubo también unos momentos de desconcierto cuando llegamos a la presa, hasta que cogimos la dirección indicada.
Pero al final de la presa, había que pasar por un sendero sumamente angosto, peñascoso y escarpado, donde se tuvo que bajar casi todo el mundo de las bicicletas para salvarlo a pie, estirándose de este modo el grupo hasta que se formó una hilera interminable. Durante varios hectómetros de recorrido, hubimos de ir en fila india por un sendero metido entre maleza pero con un buen firme que permitía pedalear con cierta fluidez, pero con el riesgo de darse con alguna rama de jara en los morros. Momentos de cierta intensidad porque hay que ir muy atentos y sólo se ve al compañero que pedalea delante de ti. Cuando terminó aquel sendero, salimos a un anchuroso camino que discurría por la orilla de la cola del pantano y enseguida hicimos un alto para reagrupar a todos los componentes, a los de Santa Amalia, Villanueva, Don Benito y los de Trujillanos, que seguían con nosotros, o nosotros con ellos. Aproveché para hacer una foto a unos patitos que nadaban plácidamente sobre las aguas del embalse.
A partir de aquí, el camino discurre por una zona baja del terreno y algo húmeda, por lo que los charcos se sucedían a menudo, alternándose con las zonas arenosas y algunos tramos de hierbecilla mojada por el rocío nocturno y resbaladiza al mismo tiempo, por lo que había que ir con cuidado, sobretodo yo, que llevaba las ruedas lisas.
Tuvimos que pasar un arroyuelo que llevaba bastante agua por lo que hubo un alto, hasta que comenzaron a pasar los más osados, y los demás vimos que se podía pasar sin problemas, pero sí con cuidado.
Poco después salimos a una carretera asfaltada y deduje que era la carretera que va al Embalse del Muelas, como así fue en definitiva. Yo no había ido ninguna vez por el sitio concreto que fuimos en esta ocasión, pero en cambio había pasado multitud de veces por aquella carretera y fue entonces cuando recordé que siempre veía la indicación de un camino que iba a una finca, cuyo nombre ahora no recuerdo, peri sí que está puesto sobre una herradura gigante.
Por fin llegamos al lugar conocido como el Rugidero, si no me equivoco, donde sale un camino a la derecha, indicado por sendas flechas que ponen:
Las Mezquitas y VALDELAYEGUA
De frente, por la misma carretera asfaltada, una flecha indica: EL GAMO. Supuestamente la indicación de la flecha debería marcar hacia la izquierda, pero sin embargo está indicando abajo, hacia el suelo, o bien se ha caído con el tiempo o algún desaprensivo la ha cambiado de dirección, que para todo hay.
En este sitio y lugar hubimos de parar durante un buen rato, porque en ese mismo instante, llegaban al lugar decenas de ciclistas que venían em sentido contrario al nuestro y, guiados por un coche todoterreno que abría la marcha, giraron hacia la indicación de Las Mezquitas, no sin una cierta dosis de peligro, porque iban muchos, muy deprisa y muy apelotonados, como si fueran en competición, con su número correspondiente cada uno, que se puede apreciar en algunas de las fotos que hicimos. En la curva anterior sí que se cayeron un par de ellos, con el peligro que entrañaba para los otros que venían lanzados desde atrás por una buena pendiente.
Cuando terminaron de pasar los CIENTO UN COMPONENTES de aquella marcha o carrera, salimos nosotros en dirección al GAMO, pero a partir de ahora se despidieron los de Trujillanos y nos quedamos los veinticinco de nuestro grupo, diecinueve de Santa Amalia, y el resto de los invitados, aunque a decir verdad no sé si los invitados eran ellos o nosotros, lo digo en el sentido de que tengo entendido que les invitamos a la ruta del Borril, y ellos nos invitaron a ésta que la tenían puesta en su calendario.
En las primeras rampas de un anchuroso cordel, el grupo de extendía de nuevo, pero nunca se perdían de vista los componentes del mismo. Al paso nos salieron un nutrido grupo de caballos sueltos, preciosos, majestuosos y elegantes, como son estos animales, que se cruzaban sin pudor por el camino, teniendo que frenar a veces un poco o sortearlos, pero sin ningún tipo de peligro, pues no son como las vacas, que nunca sabes lo que vana hacer, lo mismo están mirando para un sitio y de pronto se dan la vuelta y salen a correr para el lugar opuesto.
En los últimos pasos hasta el Puerto, el pelotón se estiró algo más de la cuenta, pero arriba todo el mundo paró para el avituallamiento, aprovechando la ocasión de que había colocada una pancarta de META, que era para los ciclista que habíamos visto antes, y allí les esperaban la guardia municipal de Mirandilla y los chavales de Protección Civil, con una ambulancia del 112, casi nada, con los que nos hicimos sendas fotos, una vez que llegaron todos los componentes del grupo. Sin embargo, en esta ocasión, con tantas emociones y acaso con las prisas no nos hicimos ninguna con nuestro grupo al completo y bien colocados como hacemos siempre. Lo tendremos en cuenta para próximas ocasiones.
Aún no había terminado de comerme mi media cuarta de salchichón que llevaba, cuando vi que salían echando leche, como almas que lleva el diablo, con el fin de aprovechar la bondadosa bajada de la anchurosa y bermeja pista de tierra que nos guiaba hacia Mirandilla, a pesar de las recomendaciones de la Policía Municipal de que tuviéramos cuidado, ya que era peligrosa, pues se llega a adquirir una buena velocidad y hay tierrecilla suelta.
Salí detrás de ellos, en solitario, cuando pude malcolocar los apaños en la caja que llevo en el portabultos, tal es así que a la altura de la Ermita de San Isidro de Mirandilla, sentí como la rueda me frenaba en seco, quedándome prácticamente parado, con una pequeña ayuda de los frenos. Fue entonces cuando pude comprobar que se había caído el chaleco fosforito y se había enganchado de manera tremenda entre los piñones, tal es así que tuve que desmontar la rueda y hacer verdaderas virguerías, hasta con los dientes, pues no llevaba navaja, hasta que pude enderezar aquel entuerto, llenándome de grasa de la cabeza a los pies. Cuando pude comenzar de nuevo mi pedaleo, sin ninguna otra traba, ya no podía ver a los componentes del grupo, pues había perdido mucho tiempo y ya habrían llegado a Mirandilla. No sabía si entrarían en el pueblo, o tomarían algún camino de los que salen antes de llegar al pueblo, por lo que iba mirando para ver si veía a los pedaleadores por el entorno, y como no fue así tuve que llegar al pueblo para preguntar varias veces si habían visto pasar por allí a un nutrido grupo de ciclistas, y como en todos los casos la repuesta fue afirmativa, mi ánimo se sublimó con la esperanza de poder unirme a ellos en algún momento. Por fin pude ver que Juan Luis Capilla y Alberto López que me estaban esperando, pero con el riesgo para ellos también de que el grupo les había abandonado a su suerte, pero de cualquier manera ya éramos tres. Lo cierto es que yo no tenía problemas para regresar por cualquier lugar al punto de encuentro, pero mi temor estaba más bien en los demás, que me echaran en falta en un momento determinado, y se pusieran nerviosos sin saber qué hacer. Juan Luis consiguió contactar por el móvil con Domingo y éste le informó que iban camino de una zona de recreo o algo parecido que no recuerdo aún como la llamaban, y preguntando de nuevo conseguimos encarrilarnos hacia el lugar indicado, alegrándonos de nuevo cuando por fin vimos que Domingo y otros cuantos venían en nuestra búsqueda.
Al reincorporarnos al grupo, todos hubieron de entonar el “meaculpa” por la falta de delicadeza de olvidar al “abuelete” de la marcha.
Pedaleando ahora por una pista larga y recta como un día sin pan y de un color rojizo, se me ocurrió peguntar a Juanjo que adónde íbamos y como me contestara que hacia Trujillanos, le dije que aquella pista no iba a Trujillanos, sino a Mérida, pues nunca había pasado por aquel lugar pero sí que tenía controlado el sentido de la orientación en aquella circunstancia. En efecto, al poco tiempo vimos a lo lejos el trazado de la autovía y una panorámica de la capital autonómica. Nos reagrupamos de nuevo, vimos que se habían querido perder los de Don Benito, y tomamos la decisión de llegar hasta la vía de servicio de la autovía y desde allí hasta Trujillanos, sin hacer caso al benjamín del grupo, a Moi, que nos dijo que atrocháramos por el olivar.
Los kilómetros de recorrido por la vía de servicio fueron algo más duros, pues ya se notaba el cansancio en el cuerpo, el firme algo más pedregoso e irregular y el airecillo que soplaba solano con una cierta intensidad.
En ni caso particular se agravaba la situación, pues por una parte me había venido desde Santa Amalia en bicicleta y por otra parte me encontraba un poco cansado del intenso fin de semana tan ajetreado.
El viernes, a las doce de la mañana, me comí un bocadillo de chorizo que no se lo saltaba un galgo de tres trancos, con una cocacola y dos naranjas de postre. Esa sería mi merienda del día, pues en cuanto salí del Instituto, me cambié de ropa y me fui a por un carrillo de leña. Tuve que pelear mucho porque estaba muy difícil de conseguir y me esforcé al máximo.
Por la noche estuvimos en el Bar de Charli, en la cena de los “Enamorados”, que celebramos todos los años, pero me dio un ataque de alergia de los más fuertes que he tenido, por lo que me tuve que ir a casa, y esa noche descansé muy poco. El sábado, alrededor de las diez de la mañana, como me sentía algo mejor, me fui con la bici e hice un recorrido de ciento veinte kilómetros, echándome una siesta en el camino porque ya no podía con mi cuerpo. Por la noche, de nuevo nos fuimos a rematar las sobras del día de los enamorados, menos mal que nos recogimos un poco más temprano que la noche anterior y con mejores sensaciones.
Pero hasta que no me levanté por la mañana y vi que me encontraba bien, no tomé la decisión de irme pedaleando hasta Trujillanos, por lo que no pude avisar a Domingo para que nos fuéramos los dos juntos, como indico al inicio de este relato.
Por fin llegamos al Centro de Interpretación y decidí regresar en coche, ya que había quedado con los amigos para comernos unas migas el campo de Pacosánchez, así que luego de recoger todas las bicicletas, y de las despedidas correspondientes, me monté en el camioncillo de Javi, con Pedro Cuesta y nos vinimos para casa.
[1] El recorrido real es de unos cuarenta kilómetros aproximadamente, ya que yo me fui en bicicleta hasta Trujillanos.
[2] El recorrido desde Santa Amalia hasta Trujillanos y regreso se hizo en coche.

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