Fotos:
INTRODUCCIÖN
Cuando el año pasado Mario y yo hicimos una avanzadilla por la “ruta 5”
de las seis que tiene marcadas el Centro de BTT Valle del Jerte y propusimos al
personal que podía ser una buena etapa para este año, estaba comprando muchas
papeletas para que me encasquetaran la crónica. Sé de antiguo que estoy en el
punto de mira cuando de relatar una “especial” se trata, y si encima ya hacía
un tiempecillo que no empuñaba la pluma para dirigirme a vosotros, pues heme
aquí para relatar, como Dios me dé a entender, lo acontecido en un fin de
semana ya clásico de la peña, donde se conjuga en un perfecto maridaje el
ciclismo del bueno propiamente dicho, con la convivencia de toda la gran familia perrigalguera.
Ya hacía dos meses que teníamos hechas las reservas de los bungalows,
magníficamente gestionadas por David, pero contratiempos de diferente índole
hicieron que Andrés, Pura, María Jesús y la mujer de Toni se cayeran de la
expedición. José Noca también anduvo jugando peligrosamente a la ruleta rusa, por ser
componente de una mesa electoral, pero se buscó con habilidad una justificación
lo suficientemente creíble que finalmente le dieron por buena.
El personal fue acudiendo el viernes al camping con cuentagotas, siendo
los extremos el Chino, David y Pedro Antonio, que llegaron a media mañana,
y José Noca que se presentó sobre las doce de la noche. “Es lo que tenemos los
autónomos”, arguyó.
Haciendo inventario, Diego se ha percatado de que se le ha olvidado
echar el casco y le pide a Lemos, que no las tiene todas consigo para hacer la
ruta, que le preste el suyo. La ocasión la pintan calva para desmarcarse de la
paliza que le espera y accede a dejárselo. Pero aunque adorna el favor como una
acción dadivosa y/o altruista, no termina de colar porque todos sabemos
de sobra que el olvido de Diego le ha venido como polla al culo.
Tarde de relax entre baño, tertulia y cervecitas frescas hasta que se
congrega todo el personal para la cena en familia. Las Perrigalgas, siempre tan
desmesuradas en las viandas, nos deleitan con una variada panoplia de platos
con los que nos ponemos como el Quico, sobre todo los que somos de buen yantar
(“jondos”, decimos en mi pueblo).
A las doce, ya en los postres, que también son tan exquisitos como
variados, alguien se arranca con el “cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…”. Va
dedicado para Antonia Mari, que cumple cuarenta y tres tacos aunque, a lo que se ve, muy
bien llevados.
Se consensua las 7:30 como hora de salida con la única discrepancia de
quien todos sabemos (a mí no me gusta señalar. Jejeje). Salen a
colación comentarios sobre la dureza de la ruta: que si 18 kilómetros de
subida, que si rampas del 34 %, que si 1500 metros de altura…Conclusión: que el
personal se escurre para la piltra y no quiere ni oír hablar de bebidas
espirituosas (¡el “pelotazo” de toda la vida, vamos!).
LA RUTA
Contra pronóstico, no es “el que todos sabemos” el último en llegar
para la salida (¡qué malo es tener antecedentes!), pero agotados los diez
minutos de cortesía el grupo está al completo con los dieciocho Perrigalgos que tomamos la salida.
Varias Perrigalgas (las cluecas en nuestro argot) se han dignado
levantarse para vernos salir, sin faltar, faltaría más, Antonia Mari, nuestra
retratista de cámara.
Como es preceptivo, los primeros kilómetros nos los tomamos con calma
transitando por un sendero pegado al río. La vereda es preciosa y sirve para
los lugareños como “ruta del colesterol”, a tenor de las mujeres que van
paseando ya a esta hora tan temprana.
Poco antes de llegar a Cabezuela hacemos un giro de 180 grados a la
izquierda, para tomar una pista asfaltada que se empina
peligrosamente. Pronto dejamos a la derecha la “Casa de Ejercicios San José”, una suerte de centro de espiritualidad rodeado de naturaleza. “Un
lugar de calma y de paz, para dejarse esculpir por Dios sin ruido alguno, donde
el silencio es pacifica vigilancia en la llegada del Señor”, reza en la entrada.
Seguimos ascendiendo por una pista zigzagueante ensombrecida por un
espeso robledal y el grupo empieza a romperse, aunque los “comedores de brevas”
aún no han roto las hostilidades. Llegamos a una carretera
que va “faldeando” (es una palabra de nuevo cuño que tiene
su retranca en la peña) la sierra Traslasierra y que arranca desde la
carretera que va al puerto de Honduras hasta el pueblo de El Torno.
La cruzamos
y seguimos subiendo mientras que poco a poco el grupo se estira. La élite,
a la que acompaña Pablito y Antonio que andan como un tiro los canallas,
empieza a “hacer sangre”. El grupo intermedio es más numeroso, y cierran el
pelotón Luis, que sube a su ritmo de martillo pilón, y Pablo, que se aviene a
acompañarle, aunque su sitio natural esté entre los que comen brevas.
El asfalto se troca en cemento y los robles dejan paso a los cerezos,
mientras las rampas se vuelven más exigentes con tramos que superan el 15 % de
desnivel. Nos reagrupamos sobre los mil metros de altitud,
recuperamos el resuello, comisqueamos algo y seguimos subiendo. Al poco de
reanudar la marcha el Chino y David se percatan de que se han quedado olvidadas
las gafas donde habíamos parado. El Chino baja a buscarlas, pero
pronto nos da alcance para incorporarse a su lugar en el grupo cabecero.
David Liviano, o el “hombre que susurraba a las brevas”, ha vuelto a su
estadio natural respecto de la demostración de la semana pasada y transita en el grupo
intermedio. Es éstas, surge Alfonso como un nuevo espécimen que merece un
sesudo estudio. Yo lo calificaría con el apelativo de “ablanda-brevas”, y la
definición quedaría tal que así. ABLANDABREVAS: Dícese del Perrigalgo que se acerca con sigilo a
la jiguera (léase élite), toquetea las
brevas y vuelve al grupo de las cabras renqueantes.
Jorge y Diego han formado un tándem tan cojo como bien avenido y suben a un ritmo pausado.
En un momento determinado el cemento da paso al camino de tierra. Es una altura
donde los bancales de cerezos terminan, y solo los arbustos más resistentes a
la climatología advera son capaces de proliferar.
Toni y yo formamos un dúo momentáneo y me comenta, viendo la cumbre,
que ya queda poco de ascensión, pero esto no deja de subir.
Volvemos a esperar para reagruparnos a la sombra de uno de los pocos
robles que hay en el lugar y nos tomamos un descanso, charlando de manera
distendida. Jorge dice que cuando se acabó el cemento, Diego le dijo que ahora
se suavizaría la pendiente. Craso error. Entonces ambos convinieron en que, a
lo peor, las perras habían llegado justo hasta allí. Diego está en plan
gracioso y dicharachero y, viendo a Luis con la cremallera del maillot bajada,
propone una cuestación para una “reducción de pecho”. Luis encaja la broma con
su innata elegancia, y a otra cosa.
Cuando arrancamos de nuevo, Javielillo informa de que nos quedan unos doscientos metros de
subida. Ahora transitamos por un camino pedregoso, entre arbustos y helechos y
cruzamos regatos que bajan desde las cumbres. Al poco de pasar junto a una gran
balsa de agua el camino se nivela. Hemos ganado los mil quinientos metros de
altitud, la altura máxima de la ruta, y volvemos a
detenernos para reponer fuerzas. Cuando llega Luis le vemos el brazo y el
maillot embadurnados de negro y Pablo confiesa el percance: ha sufrido un
revolcón, afortunadamente sin consecuencias.
Iniciamos un descenso vertiginoso con unas magníficas vistas del valle
y la presa del Jerte y Plasencia al fondo. Algunos bajan de forma temeraria y
rozan el costalazo saliéndose casi por la cuneta, mientras otros
extremamos las precauciones.
Yo pensaba que “el tío de la marra” era vernáculo solo de nuestra
tierra, pero se ve que en todos sitios tuestan jabas. Y tuvo que ser mi Juanito
el que sufrió su furia. En un momento dado se nota las piernas acalambradas, y ahí que le vemos “jondeao” en mitad
del camino. Los fisioterapeutas de cabecera de la peña se aprestan a hacer su
labor, al tiempo que una horda de paparazzis se lanzan como lobos a
captar la instantánea y una vaca contempla la situación, en lo que conforma una
situación tan rocambolesca como bucólica. Espero que los cabronazos, que me han
tomado estos años como conejillo de indias y tomado como paradigma de
un calambrazo en toda regla, actualicen su archivo con un ejemplo más reciente. Jejeje…
Ya por carreteras más anchas, y siempre bajando, pasamos por la
población de Rebollar, para continuar por caminos siguiendo los hitos con la frecha roja que marca la ruta 5.
Entre campos de cerezos, y arroyos, fuentes y chorreras (es que éste paraíso es el “valle del agua”) el grupo,
que ahora sí encabeza Luis como tantas veces, llegamos al camping.
EPÍLOGO
Con la satisfacción del deber cumplido nos damos un baño reparador en
el río entre risas, y nos “recetamos” unas cervezas bien frías que nos vienen al pelo, antes de
merendar todos juntos en lo que sería una repetición de la noche del viernes.
Tras la sobremesa unos se tiran a dormir la siesta, otros a tomar un café,
otros a la piscina, en fin…
El parte médico arroja varias incidencias. Las hijas de Manolo y David
tuvieron que ir a urgencias, algún dolor de barriga que otro, Pedro Antonio con
migrañas, un amago de accidente que quedó en el susto cuando la hija de Juanlu se cae al otro lado de la
represa en el río…
El domingo cada cual de lo toma a su gusto con una gran variedad de
actividades que van desde el senderismo, pasando por el pádel, ciclismo,
piscina, o simplemente relax y descanso.
Tras la comida en la cafetería unos apuran las horas hasta el final, y
otros enfilan para casa tras pasar un fin de semana inolvidable que todos
queremos repetir.
PD: Mi mujer me acaba de dar el disgusto más grande de mi vida. Ha
caído en la cuenta de que se ha dejado la botella de Larios enterita en un armario del bungalow. ¡Madre mía, qué desastre! Y pongo fin a este relato mientras me cago
en todos los santos que almuerzan.
Hasta la próxima, “correliebres”
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Crónica de Pedro Carrasco Cuesta |