Ha
sido por aclamación y como “ponedor de la ruta”, por lo que me veo en este
trance de empuñar la pluma para relatar lo acontecido en esta etapa, no por
especial menos, accidentada. Tocaba la ruta a Trujillo y había
que movilizar a toda la familia perrigalguera: los unos pedaleando, y las otras
yendo en coche con la prole para comer allí, y que la jornada de convivencia
fuera completa, como tenemos por costumbre.
Ya
durante la semana el whatsapp echaba humo con los preparativos previos (gracias
José Luis), y se producían constantes fluctuaciones entre los que iban y los
que no. Y hasta hubo un momento en que se barajó la posibilidad de abortar la
etapa por lo mal que pintaba la cosa, meteorológicamente hablando. Como si de
una contienda se tratase, hubo bajas por motivos diversos y variopintos:
Colore, Pancho, Diego, Javi, el Chino, Mari Jose, Esther…, se fueron cayendo de
la lista. Al final, el día de autos, diecisiete Perrigalgos se dieron cita en
el Paseo a la hora convenida. Los pronósticos del tiempo eran tozudos y empieza
a llover (para abajo, como todos los años) en el mismo momento de iniciarse la
ruta. Comienzan las reticencias y la conveniencia de si arrancarse o no. David
es el primero en caer del precario castillo de naipes que asemejaba el grupo.
Finalmente, aunque tambaleante, el pelotón se lía la manta a la cabeza y echa a pedalear con dirección a
Plaza de Armas. A la altura de la fábrica de tomates Tomalia, caía una manta de
agua considerable y Toni, Juanito y Santi deciden tomar las de Villadiego. El
resto, doce más uno, seguimos adelante. Pero hete aquí que el infortunio no nos
daría tregua y Jesús, el hijo del Demontre, comienza a dar síntomas de flaqueza
y su padre decide, con buen criterio, llamar a su mujer para que acuda a
recogerle a Miajadas.
A
la altura de Alonso de Ojeda el cielo se toma un respiro y comienza a amainar la lluvia, hasta convertirse en un
calabobos. En el restaurante Triana soltamos el lastre que venía suponiendo
Jesús, mientras que Fátima, con la mano en la frente, nos recrimina y nos afea
nuestra decisión, diciéndonos lo que ya sabemos y tenemos más que asumido de
antemano: que estamos rematadamente locos (como una puta cabra, que decimos en
mi pueblo).
Ya
sin lluvia, reiniciamos la marcha. Pero el mal fario se vuelve a cebar con el
grupo: Pablete ha roto no sé qué del cangrejo, y aunque se intenta solucionar
el entuerto poniendo uno de repuesto que lleva Javi, el cambio no funciona y
hay que movilizar a May para que acuda a
por un compungido Pablete, que tenía toda la ilusión del mundo por hacer la
etapa.
Los
once supervivientes que quedamos arrancamos de nuevo. El tiempo nos da una
tregua, y hasta unos tímidos rayos de sol se atreven a aparecer entre las
nubes. Pero nuestras cuitas no han terminado y, tras pasar por debajo de la
autovía, el Demontre que pincha; pero no un pinchacito cualquiera, no: “¡una
púa del dos!”, nos dice el interfecto, enarbolando una punta oxidada ante
nuestras narices.
Subsanado el problema, cogemos el camino llamado de “las viñas”, para adentrarnos en el paraje de Los Canchales. En un sendero en subida de los llamados “técnicos” (me da un poco de reparo pronunciar esta palabreja, por las connotaciones y el cachondeo que conlleva), es Diegui (¡quién sino!) el que pierde pie y da con los tocinos en el suelo. Nada de importancia y p´alante.
Subsanado el problema, cogemos el camino llamado de “las viñas”, para adentrarnos en el paraje de Los Canchales. En un sendero en subida de los llamados “técnicos” (me da un poco de reparo pronunciar esta palabreja, por las connotaciones y el cachondeo que conlleva), es Diegui (¡quién sino!) el que pierde pie y da con los tocinos en el suelo. Nada de importancia y p´alante.
Pasamos
por la dehesa de Las Reinas, dejando su señorial cortijo a la derecha, y pronto
arribamos la Presa del Búrdalo. Como vamos con un montón de retraso sobre el
horario previsto, solo nos detenemos a tomar unas fotos y comisquear algo.
El Demontre llama a Fátima para decirle la hora aproximada a la que llegaremos a Ibahernando. Y es que a Jesús y a Pablete no se les ha quitado la “jinca”, y quieren reanudar la ruta desde allí, para hacer el tramo final.
El Demontre llama a Fátima para decirle la hora aproximada a la que llegaremos a Ibahernando. Y es que a Jesús y a Pablete no se les ha quitado la “jinca”, y quieren reanudar la ruta desde allí, para hacer el tramo final.
De
nuevo en marcha, David y Mario hacen de liebre (¡y qué liebres!) y nos llevan
en volandas (eso es un eufemismo, porque en realidad como nos llevan es a
“carajo sacao”) a treinta y tantos por hora por la pista asfaltada de
Almoharín-Villamesías, y después, dirección Robledillo de Trujillo. Antes de
iniciar la subida a la sierra, dejamos la carretera y torcemos a la derecha.
Ahora transitamos por un tramo de seis kilómetros, mitad camino mitad sendero,
que es la “joya” de la ruta, donde se alternan cachos técnicos con otros casi
abovedados por la espesura del bosque. Cruzamos el arroyo de la Plata y
desembocamos en un camino que cogemos a la izquierda, para atacar una cuesta
que salva la sierra y lleva a la carretera. Preguntado sobre la longitud y
pendiente de la cuesta, atacamos la dificultad cada uno a su ritmo. Ya arriba,
soy recriminado con el retintín acostumbrado sobre lo erróneo de la mitad de mi
vaticinio. Y es que he acertado de pleno con lo de la longitud de la cuesta (un
kilómetro), pero he metido la pata hasta el corvejón al echarle, a ojo de buen
cubero, un porcentaje de un seis por ciento, cuando realmente tiene rampas que
casi el doble, según se quejan los que portan esos aparatejos que lo marcan,
que son unos chivatos y que me delatan como “mal pronosticador de cuestas”. Je,je,je…
El
cielo ha vuelto a ponerse color panzaburra y empieza a llover de nuevo,
mientras recorremos un par de kilómetros que nos separan de la población de
Ibahernando, por un camino que discurre paralelo a la derecha de la carretera.
A la entrada del pueblo nos cruzamos con un grupo de ciclistas (al parecer de
Miajadas) a los que tampoco ha amedrentado el mal tiempo, y a los que saludamos
al pasar.
El
Demontre (¡vaya un diíta que nos dio!) nota falta de presión en su rueda
trasera en el momento que llegamos a la iglesia, que es donde tenemos previsto
comernos el tentempié.
Guarecidos de la lluvia bajo los soportales de la iglesia, comemos mientras que vemos a los feligreses que van acudiendo al, oficio de misa. Del interior se oye cantar a coro:”Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del señor…”. Una mujer sale de la iglesia y nos pide que bajemos la voz. Y es que es verdad que, por inconsciencia, acaso hallamos pecado de irreverentes. Diegui me hace probar un bocadillo de chorizo burrero y pan de centeno que lleva. ¡¡¡Qué cosa más mala, madre mía!!!
Guarecidos de la lluvia bajo los soportales de la iglesia, comemos mientras que vemos a los feligreses que van acudiendo al, oficio de misa. Del interior se oye cantar a coro:”Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del señor…”. Una mujer sale de la iglesia y nos pide que bajemos la voz. Y es que es verdad que, por inconsciencia, acaso hallamos pecado de irreverentes. Diegui me hace probar un bocadillo de chorizo burrero y pan de centeno que lleva. ¡¡¡Qué cosa más mala, madre mía!!!
Se
arregla el pinchazo con la única cámara que nos queda de veintiséis y válvula
fina: la de Juanlu. Jesús y Pablete se unen al grupo de nuevo. A éste último su
madre pareciera que le ha enviado a “luchar contra los elementos”. Y es que
está lloviendo y el pobre viene en manguitas cortas, sin más chubasquero ni más
nada. ¡Hala, Pablo a darle al niño su chubasquero! Al final se apaña con un
chaleco que lleva de sobre Tomás David. ¡A éste sí que no le pilla el toro!
Abandonamos
la cuna del famoso escritor Javier Cercas, y cogemos la carretera en dirección a la población de La Cumbre. A
las afueras del pueblo Mario ve un tractor con cisterna aparcado que
identifica, sin ningún género de dudas, como el de Teo el Lobo, lo que me
corrobora él mismo por la tarde en el fútbol.
Rodamos
a gran velocidad por los “llanos de Trujillo”, un terreno diáfano de arboleda
donde proliferan las praderas y pastan las piaras de vacas. Vuelve a descampar
y pronto dejamos el asfalto para coger a la derecha una ancha cañada. Ya vemos
en lontananza el castillo de Trujillo, encaramado en su atalaya a ocho o diez
kilómetros de distancia.
Nuevo
parón protagonizado por el Demontre (¡qué carrerita lleva como la termine!),
que vuelve a dar el susto al salírsele la cadena y tener un problema con el
cambio. Falsa alarma y adelante.
Cruzamos
el río Magasquilla y llegamos al Magasca, del que es subsidiario el primero.
Nos detenemos a tomar una foto en el antiguo puente que lo cruza, mientras que
Juanlu se percata de que su rueda delantera pierde presión, emitiendo un
silbido tan premonitorio como característico. En vista de que no nos quedan más
cartuchos en la recámara que quemar, se plantea una disyuntiva: ir inflando
para hacer los escasos tres kilómetros que nos quedan, o poner un parche. Al
final se decide poner en práctica un experimento innovador, que resultó ser de
lo más efectivo: poner una cámara de veintisiete y medio.
El
camino se estrecha hasta convertirse en una angosta vereda entre berrocales,
que salvamos de uno en uno con mejor o peor suerte. Finalmente salimos a la
carretera de La Cumble, que está en obras, justo en la pequeña presa llamada La
Albuera, ya a la entrada misma de Trujillo.
Es
la una y media y se plantea si ir directamente a la ducha o subir al castillo.
Al final se decide ir por lo menos a la plaza, a hacernos la foto de la ruta a
los pies de la estatua ecuestre de Pizarro. De vuelta en el polideportivo, allí
están los “desertores” (Toni, Santi y Juanito), que han venido a cumplir con su
compromiso de reserva del restaurante.
Yo, como tenía previsto, me vuelvo a casa para comer en familia con mi hija Ana Belén y su novio Javi, que han venido de Madrid a pasar el fin de semana.
Yo, como tenía previsto, me vuelvo a casa para comer en familia con mi hija Ana Belén y su novio Javi, que han venido de Madrid a pasar el fin de semana.
En
fin, etapa plagada de contratiempos, por la bajas, el mal tiempo y las
incidencias, y que solo realizamos unos pocos. Seguramente los que más locos
estamos.
Crónica de Pedro Carrasco Cuesta.
Bueno D. Pedro otra gran crónica que te marcas para la que no se que calificativo poner, pero con la que he disfrutado leyéndola.
ResponderEliminarA todos los participantes felicitarles por la realización de la ruta, pero decir que hay que estar un "poco loco" para afrontarla dadas las prediciones metereológicas que había.
De verdad enhorabuena y seguro que habéis disfrutado de esos parajes por los que D. Pedro os ha dirigido.
Excelente crónica don Pedro y eso q nos dimos prisa por las amenazas de sacarnos los aspersores en invernando (ibahernando)
ResponderEliminarExcelente crónica don Pedro y eso q nos dimos prisa por las amenazas de sacarnos los aspersores en invernando (ibahernando)
ResponderEliminarQue decir, pues que me quede con las ganas de ir con vosotros, pero veo que disfrutasteis como enanos, otra vez será.Ya veo que por lo menos hay más Leones que huevones.
ResponderEliminarDon Pedro, Genio y Figura. Lo mismo te marcar un “rutón” que nos deleitas con una “cronicaza”. Jornada tremenda. A buen seguro quedará grabada en el recuerdo de los que tuvimos el arrojo, o más bien inconsciencia de realizarla. Destacar nuevamente el recorrido por una variante completamente distinta a la ya realizada en su día, haciendo especial mención al tramo hasta Ibahernando, ¿o se quedará con Invernando?. Los desertores estarán reconcomiéndose de que su cordura venciera a la locura.
ResponderEliminarPara concluir, con el día que nos dio Paco y tienes que salir en la foto con mi burra panza arriba. Tiene guasa la cosa.
Se me olvidada: Agradecer a José Luis las gestiones realizadas, tanto con restaurante como con duchas.
ResponderEliminarComo siempre Pedro una crónica y una ruta espectaculares, lástima no haber podido acompañaros, otra vez será.....
ResponderEliminarGenial como siempre, Pedro!! Tanto en las rutas como en las crónicas. Y como siempre los "perris" al mal tiempo buena cara y a hacer de cada momento algo divertido y ameno.
ResponderEliminarCreo que no tendrías mucha hambre Pedro, porque no hay choricillo malo, por muy burrero que sea!! Jjjjjjjjj..... Saludos.