miércoles, 28 de junio de 2017

V EDICIÓN “RUTA DEL JERTE”




INTRODUCCIÓN
Reconozco que llevaba bastante tiempo escurriendo el bulto a la hora de empuñar la pluma, y eso que no había comprado papeletas para que me tocara. Así que no había que ser un lince para aventurar que esta vez no me salvaría ni la caridad.
El último fin de semana de Junio de cada año ya ha quedado marcado con letras de oro en los anales de la peña. Y es que cuando llega esta fecha toda la familia perrigalguera se apresta a pasar un fin de semana en el valle del Jerte, donde la convivencia y el ciclismo del bueno forman un maridaje perfecto.
Este año alcanzamos la V EDICIÓN DEL JERTE que, lejos de ir en declive, parece que va en auge cada año y se va asentando definitivamente como una cita imprescindible a la que todo el que puede no quiere faltar.
David Liviano, que hace poco se hizo acreedor del honroso apelativo de “el hombre que susurraba a las brevas”, ha pegado tal bajón que a día de hoy su estado de forma no llega ni tan siquiera a cabra coja, sino a tullida directamente. Tal es su declive que ha decidido no hacer la ruta, y ni siquiera ha llevado su burra. Pero como no hay mal que por bien no venga, hemos perdido (de momento) un ciclista, pero hemos ganado un organizador-intendente- cocinero que, junto con Pedro Antonio como segundo de cocina son todo un lujazo. Enhorabuena a los dos.
La retahíla de Perrigalgos hacia el Jerte la abre el propio David el Jueves, y la cierra (quién sino) el Viernes, ya de noche, Juanlu, que una vez más no dudó en hacer honor a su condición de “hombre tranquilo”. Creo que en una competición de “últimos” él tendría serias posibilidades para ser el primero, aunque suene a paradoja.
Afortunadamente el “affaire” del año pasado, donde más de uno sentimos vergüenza ajena, ha quedado como una mácula de algo que no debe volver a ocurrir, y nos congratula el ver que cualquier atisbo de rencilla y/o rencor entre los dolientes ha quedado enterrado y en el olvido.
Después de una cena recolgona en familia con una armonía digna de encomio, sale a colación la hora de salida para la ruta. Tras barajar distintos horarios se me pregunta mi parecer, y todos dicen amén a mi propuesta de que sea Juanlu, alias Tardeli, el que decida la hora. Propone que sea a las ocho (podía haber sido peor) y se está de acuerdo, toda vez que la ruta que nos ha preparado Javielillo junto con su GPS, es de tan solo cuarenta kilómetros, aunque ya anuncia que los veinte primeros son de subida, y no de una subida cualquiera.
Pronto el personal se concentra y empieza a desfilar para la piltra, y tan solo un reducido grupo (Diego, Jorge, Pablo y yo) aguantamos echando unos cubatas hasta la una y media, toda vez que nuestro amigo el de los aspersores no se muestra muy celoso en el desempeño de su trabajo.

LA RUTA
Por una vez y sin que sirva de precedente los quince Perrigalgos que forman el grupo estamos listos para partir a la hora indicada. Algunas mujeres se asoman para vernos salir y, cómo no, Antonia Mari nos tira las fotos de rigor. Se anuncian temperaturas altas, pero a esta hora de la mañana la climatología es agradable cuando abandonamos un camping dormido y silente.
En Navaconcejo tengo que reconvenir al grupo en el itinerario a seguir, lo que me pone en guardia sobre las excelencias del aparatejo de Javielillo, ese GPS que todo lo sabe aunque yo, escéptico por naturaleza, le quito el “todo” y lo dejo en “casi todo”.




Transitamos por el sendero que va paralelo al río camino de Cabezuela cuando Javielillo, en un descuido al mirar para atrás, se va al suelo con todo el equipo. Nada que no sea reparable; a lo sumo “chapa y pintura”. Cruzamos el puente hacia la derecha y callejeamos por Cabezuela siguiendo las directrices que marca el dichoso GPS.


Casi al instante de dejar la población nos damos de bruces con una pista cementada (¡con la urticaria que nos da el cemento!) que más parece una pared. Venga, tíos a meter riñones (y cojones) y p’arriba con el grupo hecho añicos. Los seis “comedores de brevas” (Antonio, Juanlu, Pablo, Noca, Tomás y Javielillo) en vanguardia, y un rosario detrás como buenamente puede y que cierra Luis, como es su costumbre (¿o su sino?)
David y yo nos quedamos escoltando a Luis que en momento dado se para y parece barajar la posibilidad de tomar las de Villadiego. Pero como sabemos que es cabezón como él solo, no damos pábulo a sus manifestaciones. David, en su calidad de cuñado, me dice que me adelante, que él se queda para acompañarle y así lo hacemos.
 Pronto veo a los restantes que han parado para reagruparnos y les cuento las reticencias de Luis. Cuando llegan volvemos a arrancar con una propuesta un tanto beatífica de Tomás, que me parece un brindis al sol y se me antoja a todas luces irrealizable: subir todos juntos. Buen propósito que, sin embargo, cae en saco roto y salta en mil pedazos en un santiamén. Porque, en contra del manido aserto que reza que las cabras cojas tiran al monte, en esta bendita peña nuestra son los “comebrevas” los que ciertamente tiran al monte.
Más adelante otro parón para agruparnos. Me dice Javielillo que hasta en la élite se ha producido un amago de amotinamiento por la dureza de la ascensión. ¡Lo que hay que ver! Vuelven a llegar Luis y David y otra vez para arriba, retorciéndonos sobre el manillar. En este trance se me ocurre una propuesta que para algunos puede ser indecente, pero para otros seguro que sería mano de santo. Ahí va: yo propongo que las próximas perras que se gaste la peña sean para la adquisición de unas de esas bicis con motorcito para las cabritas cojas. ¿Qué os parece? Bueno, yo ahí lo dejo por si suena la flauta. Jejeje…

En otra arrancada me agrupo con Toni, Juanito, Diegui, Jorge y los compadres, Alfonso y Diego. Los compadres dan muestras de su acendrado carácter derrotista. Alfonso consulta a cada pedalada su cuentakilómetros y va cantando los porcentajes: “¡Mira, el quince por ciento; mira el dieciocho; ostia puta, el veinte!” Mientras Diego, igual de quejumbroso, hace lo propio, solo que con las pulsaciones: “¡A ciento cincuenta, madre mía; cojones, a ciento ochenta!
¡Cómo va el pucherillo!” Diego tiene una particularidad con una precisión milimétrica que le hemos ido comprobando a fuer de salir juntos: sabemos que no se calla ni aunque le maten pero,
¡coño!, es llegar a ciento cincuenta pulsaciones y una especie de resorte se le activa en el magín que le hace enmudecer como un muerto.
Un lugareño con una furgoneta viene de frente. Se para a nuestra altura al vernos llegar y nos pregunta si sabemos adónde vamos. Le decimos que sí, que a Piornal y, frunciendo el entrecejo, lo pone en duda mientras nos dice que más adelante la pista se corta definitivamente. En otro reagrupamiento se lo digo a Javielillo que ni se inmuta siquiera y zanja el asunto con un tranquilizador: “Tú confía en mí”. Tal es la fe que tiene en su GPS.

Cuando la pendiente de la pista asfaltada empieza a pasar factura…y de castaño oscuro, los cerezos dan paso al monte de robles y el ahora camino se torna más tendido, aunque manteniéndose en un ocho o diez por ciento de desnivel. Transitamos en sombra por la espesura del bosque y los sentidos se abren, deleitándose, ante el esplendor de una naturaleza en estado puro.




En cada cruce de caminos con riesgo de despiste nos detenemos a esperar que lleguen los últimos, y siempre con un denominador común: Antonio el Chino royendo algo. ¡No se desmaya, no! Dice Alfonso que le hubiera gustado pesarse para ver cuánto perdía en la ruta. Pues el Chino podía haber hecho lo propio, pero yo creo que para saber cuánto ponía.
Superados los mil metros de altitud, según nos chiva el GPS, el robledal cede paso a un monte bajo de arbustos leñosos formado por piornos, escobillas, brezos y helechos, donde predomina sobre todos el primero.
Tras una nueva parada donde reponemos fuerzas (por supuesto, Antonio sigue dándole al diente) entramos en el paraje de alta montaña denominado Peñanegra, ya con una pendiente algo más suave, aunque agravada con tramos de los llamados técnicos por lo pedregoso del camino.




Llegamos a un cruce de caminos que conduce a la derecha a Piornal y a la izquierda al embalse del mismo nombre. Tal y como estaba estipulado en la ruta, giramos a la siniestra mano. Son un par de kilómetros en los que vemos caballos semisalvajes en libertad. Son pequeños caballos que están perfectamente aclimatados a las nieves y a los rigores del crudo invierno de estas latitudes.
Arribamos a la pequeña presa y ya sea Javielillo, su aparatejo, o ambos en comandita nos juegan una mala pasada al conducirnos por un sendero intransitable que no tiene salida. Solventado el entuerto se produce la única disensión de la ruta. La idea era la de alcanzar un mirador un kilómetro más arriba, desde el que se puede contemplar a un lado el Valle del Jerte y al otro una amplia panorámica con toda La Vera en primera instancia.


Diegui se había ido solo hacia arriba, después un grupo intermedio y otro grupo detrás. En un momento dado surgen las dudas sobre si seguir o no, y Antonio se planta manifestando con su inveterada rotundidad su intención de darse la vuelta. Otros quieren seguir tal como era la primigenia intención. Al final la prudencia cede ante las posiciones más tajantes y se decide renunciar a subir el último tramo. Antonio pone en práctica una versión más cerril del silbo gomero para hacer volver a Diegui, al que divisamos a lo lejos. Cuando llega a donde nos encontramos, no sabemos cómo, se cae al suelo trabado con la bici como si fueran siameses y hay que ayudarle para separar el nudo gordiano que se han hecho. Al igual que en denantes Javielillo, también algo de “chapa y pintura”.



Volvemos grupas y nos detenemos a retratarnos en un saliente donde se divisa parte de la región de La Vera, y seguimos en bajada y por asfalto hasta Piornal, del que nos separan cinco o seis kilómetros.


Nos detenemos en el pueblo más alto de Extremadura, que se encuentra a 1175 metros en el altiplano de la Sierra de Tormantos. Aquí se celebra cada 19 y 20 de Enero una de las fiestas más populares de la región, declarada de interés turístico nacional: el Jarramplas, un personaje vestido con un traje del que cuelgan multitud de cintas multicolores y la cabeza cubierta con una máscara con cuernos y una gran nariz. El Jarramplas se pasea por las calles tocando un tamboril, mientras que la muchedumbre le lanza nabos en una rememoración del que, según la leyenda, fuera antaño un ladrón de ganado.


En un merendero a la salida del pueblo con unas bonitas vistas del valle hacemos la parada principal para comer. Son las doce, más bien tarde para que algunos se zampen el bocadillo del que vienen provistos. Nueva foto de rigor y ensillamos las burras de nuevo.
Cuando todos pensábamos que los veinte kilómetros restantes serían comer y cantar, aparecen Javielillo y su dichoso GPS para truncar nuestras expectativas. Pronto dejamos la carretera y torcemos a la derecha por una angosta calzada romana en cuyo descenso hay que poner los
cinco sentidos, y más porque no tenemos. Ahí Pablo nos da el susto del día, al estar a punto de caerse por un terraplén. Pero como ese bicho es como los gatos, que siempre cae de pie, descabalga de la bici con una habilidad pasmosa mientras mira a la gente con esa sonrisilla guasona tan peculiar en él.


Más atrás bajan como buenamente pueden y con las carnes abiertas los que se han dado en llamar los “CUATRO JINETES SUICIDAS DEL DESCENSO”, a saber: David, Jorge, Alfonso y aquí el menda. Y es que a la poca o nula destreza bajando se une un miedo que te atrapa y tensiona hasta el último miembro del cuerpo. Al ver esta calzada se entiende cuando, viendo algo de difícil ejecución, de dice a modo comparativo: “esto es de romanos”.

Se acaba la calzada, a Dios gracias, y seguimos descendiendo hasta llegar a la “Garganta Calderón”, donde nos paramos a contemplarla, refrescarnos y tomar algunas fotos, aunque no baja mucha agua por la prolongada sequía que venimos padeciendo.

Unos bajan como bólidos y otros como galápagos y en cada bifurcación se paran a esperarme, y solo se arranca de nuevo cuando yo, que hago de “bici escoba”, doy el visto bueno. Entre un vericueto de caminos jalonados con bancales de cerezos en plena recolección, vamos perdiendo altura hasta llegar a la carretera. Y es la una aproximadamente cuando llegamos al camping con 42 kilómetros recorridos, que no parece mucho para nuestro territorio, pero que por estos parajes no es moco de pavo. Las cluecas (dicho con cariño) nos aplauden al llegar.

Se sueltan las burras, nos damos un baño reparador en el río departiendo entre risas y bromas, y nos disponemos a trasegar birras fresquitas y a degustar la exquisita paella con la que nos obsequian David y Pedro Antonio. Los distintos postres que han traído las mujeres son la guinda perfecta para una merienda de lujo. Con el estómago saciado, unos se retiran a dormir la siesta y otros se quedan a disfrutar de la sobremesa, y ,después, a la piscina con los peques. Más tarde no falta el partidillo de voleibol (motivo de la discordia del año pasado) donde los contendientes se hartan de reír y se lo pasan como los indios. Aquí el aguelo renuncia amablemente; y es que no va estando para esos trotes.
La gran familia perrigalguera vive el fin de semana del Jerte como una comuna; se convive todo el rato, se comparte todo y el buen royo es la tónica dominante. Por la noche, cena a base de montados de lomo, hamburguesas, salchichas…y hasta unos pececitos fritos riquísimos que nos preparó David, fruto de la pesquería de los críos y de él mismo. Después, tertulia amena y distendida entre cubatas, hasta que poco a poco el personal se retira a descansar.
El Domingo cada uno a su bola: yo fui a sacarme la espina del tramo que no subimos ayer, otros hacen una ruta de senderismo a Los Pilones, otros se quedan tranquilos en el camping vegetando entre baños, charla y cervecita…
Merendamos como siempre en la cafetería del camping y unos enseguida y otros exprimiendo hasta el último momento del día, vamos partiendo para el pueblo tras pasar un fin de semana genial en el que tan solo nos falta entonar, como los pamploneses en San Fermín, el “pobre de mí”.
En fin, que ya queda un día menos para la próxima edición del Jerte, que será la sexta y que en esta ocasión ha supuesto un punto de inflexión y de unidad, tras una etapa algo convulsa en cuanto al desperdigamiento y la anarquía de las salidas dominicales se refiere.
Como corolario, os pido disculpas por la extensión, pero es que cuando me arremango… Hasta la próxima, correliebres
Crónica de Pedro Carrasco Cuesta, alias el aguelo.

2 comentarios:

  1. Debería ser objeto de sanción, y de las gordas, los requiebros y regates que te has marcado para tenernos durante tanto tiempo sin poder disfrutar de tus maravillosos relatos, y en esta ocasión, como no podía ser de otra forma, has estado genial.

    Rutaza, para variar, con la que nos ha sorprendido Javi (aunque con conato inicial de amotinamiento), todo ello aderezado con un estupendo reportaje fotográfico.

    Otro fin de semana estupendo con una inmejorable compañía, que no hace sino provocar el deseo de poder estar en la próxima.

    Y para finalizar, Pedro, el estigma o la mácula que inmerecidamente arrastro, ya no me la quito ni con penitencia e irremisiblemente me acompañará para los restos.

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  2. Impresionante cronica don pedro leyendola parece vivirla en cada palabra q has escrito hasta esa calzada romana q bajamos a gran velocidad los jinetes suicidas del descenso bien nos merecimos dicho apodo y por el fin de semana espectacular en todos los sentidos esperando para la proxima

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