primer video:
http://youtu.be/3Z2sP7W9Jgc
segundo video:
http://youtu.be/s1cfjXyklWg
tercer video:
http://youtu.be/AtyecJMTIsw
cuarto video:
http://youtu.be/TvmlV9rI_zo
INTRODUCCIÓN
Llegaba la
primera cita especial del calendario anual recientemente estrenado: la subida a
La Covatilla. Por motivos de falta de plazas en el albergue, la fecha prevista
fue adelantada a este fin de semana pasado, con casi fatales consecuencias
debido a la climatología, como veremos a continuación. Aún así, un total de 41
integrantes conforman la expedición, a saber: diez bicicleteros (Juanlu, Pablo,
José Luis, Javi, Diego, Antonio el Chino, Ángel Tomás, David, Demontre y un
servidor), dos sibaritas (Chiqui y José Joaquín), amigos del buen beber y mejor
yantar, e incondicionales defensores del dicho que reza que “carrera que no da
el caballo en el cuerpo la tiene”. El resto lo conforman las mujeres, motejadas
en nuestra jerga como “las cluecas”, y la variopinta chiquillería
perrigalguera.
Tras varios años donde esta etapa se ha debatido
entre el ser o no ser, finalmente en esta edición se ha reafirmado, y no creo
ser muy osado si afirmo que lleva visos de institucionalizarse por concurrida
y, por ende, convertirse en clásica.
Quedamos en el bar Petunia para salir a las cuatro y
media y, aunque las previsiones del tiempo no eran las más halagüeñas, tiramos
p´alante sin miedo. Y es que nadie arredra a un grupo de Perrigalgos cuando
dicen “aquí estoy yo” (brutos y cabezones que somos como nosotros solos).
Sobre las
siete llegamos al destino: el albergue juvenil Llano Alto, sito a cuatro
kilómetros de Béjar, unas instalaciones con capacidad para doscientas personas
que fuera en su día un hospital para tuberculosos, allá por los años de la
posguerra. El albergue puede ser catalogado, sin riesgo de equivocarse, como el
máximo exponente de la austeridad por sus precios económicos; el albergue
“anticrisis” lo llamaría yo.
Al poco de instalarnos surgen los primeros
contratiempos: Juanlu y Alicia no encuentran los abrigos de sus hijas, y David
se ha olvidado echar el casco; los abrigos finalmente aparecen sin necesidad de
remover cielo y tierra, y el tema del casco se soluciona con veinticinco euros
en uno nuevo en la tienda de bicis de un hermano del que fuera gran ciclista,
Laudelino Cubino, y que el año pasado se portara tan bien con el Demontre, en
una avería que le surgió en su burra.
Tras la cena tomamos posesión del recibidor del
albergue y entablamos una dilatada y amena tertulia donde, en prevención de que
por el mal tiempo no pudiéramos subir a La Covatilla, nos recetamos unos
cubatillas (os habréis fijado que solo cambia una letra, pero la diferencia es
más que notoria).
El Chino no se fía ni un pelo y pretende llevarse la
bici a la habitación, y no dejarla en la entrada. Al final da su brazo a torcer
a regañadientes pero la sitúa al fondo de tal modo que si acuden los cacos, la
suya sea la última en ser birlada. Poco antes de la una nos retiramos a
“nuestros aposentos”, avisados por el responsable del establecimiento.
LA
RUTA
Antes de iniciar la etapa, y tras esperar para la
foto a quien suponéis (y suponéis bien) comienza a caer una especie de
aguanieve, ante la euforia de José Luis que veía la posibilidad de salirse con
la suya (lo había vaticinado reiteradamente la noche pasada). Sin hacer ni puto
caso al cenizo arrancamos con la bajada hacia Béjar, para tomar dirección
Salamanca, hasta el desvía a La Covatilla.
En una carretera con sucesivos toboganes, rodamos
tranquilamente con el compromiso tácito de ir agrupados hasta el inicio de la
ascensión.
En el cruce del desvío hacia el puerto vemos a la Guardia Civil
deteniendo a los coches, y nos paraliza la idea de que no nos dejen pasar.
Alguien hace bromas con el perro de la Benemérita a cuenta de los geles-droga
que portan algunos, por si el can olfateara el arsenal y nos detuvieran.
Al
final nos dejan pasar, no sin antes advertirnos de que tal vez no podamos subir
hasta arriba del todo.
Con el primer rampón ante nuestras narices, Diego
exclama, lacónico: “¡plato chico!”. Se desatan las hostilidades y enseguida se
“rompen filas”, formándose varios grupos. El primero en destacarse en solitario
es Pablo, que va el canalla como una moto. Seguidamente el Chino, Ángel Tomás y
yo formamos una terna que se mantiene hasta el final. Juanlu y Javi, que no va
como quisiera por la reciente gripe que ha padecido, marchan a continuación. El
Demontre y Diego les siguen detrás, formando un tanden bien avenido. Y cierran
este rosario José Luis y David, que pronto se separan subiendo cada uno a su
ritmo.
En mi pequeño grupo el Chino controla los kilómetros
que nos quedan de subida, y yo voy dando cuenta de los grados, de bajada en
este caso. A medida que ascendemos recrudece el viento, la niebla se cierne
sobre nosotros y el termómetro se desploma hasta los cuatro bajo cero. Veo
bajar a Pablo y me temo que no podamos hacer cumbre, pero se trata de una falsa
alarma. Y es que ha decidido no viajar más en solitario y descender para
acompañar al último.
Cuando llegamos arriba cunde la euforia por el
objetivo cumplido, pero pronto vemos “nuestro gozo en un pozo” al descubrir que
la cafetería donde teníamos previsto calentarnos y reponer fuerzas, está
cerrada a cal y canto. El tiempo de espera hasta que llegan los últimos se hace
eterno, acurrucados contra una pared al socaire de la ventisca. Finalmente
llegan José Luis y Pablo, en una nueva demostración del axioma que afirma que
los extremos se unen. En este caso así ha sido, al llegar juntos “el que más brevas
comió, con la cabra que más cojeó”.
Un operario de mantenimiento, que se descubre ser de
Moraleja, nos afea la decisión de subir La Covatilla precisamente hoy, con el
montón de días buenos que hay; y la verdad es que no le falta razón. Sin apenas
tiempo para hacernos la foto nos lanzamos para abajo. Javi se olvida el casco,
ha perdido las gafas y parece hacer lo mismo con el juicio.
En apenas unos minutos descendemos lo que ha costado
ascender más de una hora, y ratificamos la paradoja de que acaso haya sido peor
bajar que subir; tal es el intenso frio
que tenemos en manos y pies.
El Chino, más enfático que los demás, dice que no llora por vergüenza, y se lanza como un poseso a aplicar las manos en el tubo de escape del primer coche que se detiene en el stop. Todos juntos nos aprestamos a llegar cuanto antes al pueblo de Navacarros, donde tomamos al asalto el único bar que hay. Un colacao reconfortante (yo un par de quintos) hace que nos vuelva la vida al cuerpo.
Nos tiramos una foto en la tasca y pronto transitamos por una carretera estrecha, para recorrer los siete kilómetros que nos separan de la bonita y turística población de Candelario. La cruzamos por una calleja con su acequia de agua corriendo y sus típicas batipuertas.
Otra foto en la cruz frente a la ermita del humilladero, y de nuevo en marcha, cruzamos el puente sobre el río con el singular nombre de Cuerpo de Hombre.
El Chino, más enfático que los demás, dice que no llora por vergüenza, y se lanza como un poseso a aplicar las manos en el tubo de escape del primer coche que se detiene en el stop. Todos juntos nos aprestamos a llegar cuanto antes al pueblo de Navacarros, donde tomamos al asalto el único bar que hay. Un colacao reconfortante (yo un par de quintos) hace que nos vuelva la vida al cuerpo.
Nos tiramos una foto en la tasca y pronto transitamos por una carretera estrecha, para recorrer los siete kilómetros que nos separan de la bonita y turística población de Candelario. La cruzamos por una calleja con su acequia de agua corriendo y sus típicas batipuertas.
Otra foto en la cruz frente a la ermita del humilladero, y de nuevo en marcha, cruzamos el puente sobre el río con el singular nombre de Cuerpo de Hombre.
Tres kilómetros por una carretera sinuosa y tomamos
un desvío donde se encuentra la que, según el Demontre, es la plaza de toros
más antigua de España, que es como decir del mundo. Un último kilómetro en
subida y llegamos al albergue, donde nos esperan las mujeres para animarnos en
señal de apoyo. Aunque la climatología ha sido adversa no nos ha llovido y lo
más importante: hemos logrado el objetivo y, pasado el mal trago del frio,
estamos la mar de felices y dispuestos a comernos a Dios por los pies.
EPÍLOGO
Por la tarde unos descansan, otros pasean y otros…
nos bajamos a Béjar a tomar unas copas y ver el partido del Madrid con la Real
Sociedad, donde nos cae un chubasco de nieve durante unos minutos. Después el
grupo casi al completo se junta en un bar de Candelario, donde coincidimos con
gente del pueblo. Dice Chiqui viendo a los paisanos: “¡como para tener una
amante y traerla por aquí!”.
De vuelta en el albergue cenamos y, después, nueva tertulia en el territorio que habíamos marcado de antemano en el recibidor, donde felicitamos a Lourdes y le cantamos el cumpleaños feliz, comiendo un cacho de tarta.
De vuelta en el albergue cenamos y, después, nueva tertulia en el territorio que habíamos marcado de antemano en el recibidor, donde felicitamos a Lourdes y le cantamos el cumpleaños feliz, comiendo un cacho de tarta.
A la mañana siguiente se recoge el equipaje,
desayunamos y nos vamos con los coches a La Covatilla. Es el día de disfrute de
los niños en la nieve, y hay suerte de que esté abierta la pista, a pesar de
las condiciones adversas del tiempo. Mientras unos acompañan a sus hijos a las
pistas para esquiar, Chiqui, el Demontre, José Joaquín, el Chino y yo nos
apropiamos de un ala de los altos de la cafetería y echamos la mañana de
charla, trasegando cervezas y picando.
Volvemos a coincidir con más paisanos, a los que
saludamos. Entretanto, se producen nuevos contratiempos con los mismos protagonistas
que el día de llegada. David se altera a ratos porque sus niñas han estado
vomitando y, además, se muestran un pelín guerrosas, y la hija de Juanlu llega
anunciando que ha perdido en mitad de la pista un palo de esquiar.
Nos comemos unos bocadillos y algunos partimos de
vuelta, mientras otros apuran el tiempo de retozar de sus hijos en la nieve,
que se lo pasan como los indios.
En resumen, buen fin de semana a pesar de la
meteorología, donde la familia perrigalguera dio una nueva demostración de
armonía, desinterés y compañerismo.
Muy buen fin de semana el que hemos pasado en La Covatilla, muy buena convivencia con la familia Perrigalga, como bien dices esto tiene pinta de ser una clásica y así será, yo volveré..... pero no vuelvo a bajar en el mes de Enero en bici, por primera vez en mucho tiempo no disfrute de la bici. Creo que se pueden hacer mejores rutas por allí. Pero volveréeeeee.
ResponderEliminarComo siempre Pedro una crónica magistral que no se queda nada en el tintero.
ResponderEliminarUn fin de semana buenísimo solo empañado por el frío extremo de la bajada, para el año que viene se estudiará ir en otra fecha pero ir al fin y al cabo....
Para el año que viene mas perrigalgos, hasta que llenemos el albergue
Al final te tocó la tostá. Pero quien mejor que tú para contarnos las vivencias acontecidas este fabuloso fin de semana. Cuando el grupo de hace dos años os relatábamos las penurias que pasamos subiendo esa Covatilla, no nos quedamos cortos, ¿a qué no?. Pero esto fue una etapa más de lo que pudimos disfrutar con toda la cuadrilla perrigalguera que nos juntamos en el hotelito. Sinceramente, da gusto. Estoy de acuerdo que tras unos inicios en lo que parecía que era cosa de tres o cuatro, este año puede haberse dado el espaldarazo para que los que fuimos, repitamos y arrastremos a alguno más.
ResponderEliminarPues hasta el año que viene, esperemos que con un clima más benigno.