Track ruta
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Hacía tiempo que no tenía servicio de crónica (en mi calidad de “vaca sagrada” Javielillo dosifica mis apariciones, como Xavi en el Barcelona), así que heme aquí de nuevo para contribuir a que ésta sana costumbre de relatar nuestras andanzas de cada ruta, que ya se ha convertido en santo y seña de la peña, no se rompa.
Como ocurre cada año, una vez pasado el verano donde la BBC (bodas, bautizos y comuniones) hace estragos, la peña cobra nuevos bríos, no solo en el número de bicicleteros que se dan cita en el Paseo cada domingo sino, además, en temas tan placenteros como reuniones periódicas esgrimiendo cualquier punto a tratar, verdadero o ficticio, o las comidas (pollos, jamones) con las mujeres y los muchachos, en las que tan bien nos lo pasamos.
Pero vayamos a nuestro propósito, que me estoy yendo por las ramas. En esta ocasión tocaba la última de las etapas anuales marcadas en el calendario: la subida a las antenas de Arroyo de San Servan, que va camino de convertirse en una de las cumbres clásicas en la terna que completan La Bola y las antenas de Montánchez.
Hasta veintitrés Perrigalgos nos juntamos para realizar la ruta. Faltan nombres asiduos como Diego, Juanma o Tite, pero la ausencia más notable es la de la “bobillería”. ¡Ni un bobillito siquiera! Y es que están todos en Salamanca de predespedida de soltero de José Miguel (¿Cuándo no es Pascua?)
La madre naturaleza dicta sentencia, y con tan solo cuatro grados de temperatura hace al personal unificar criterios tirando de equipación de invierno, pasamontañas y bragas incluidos.
Cargando las bicis, a punto estuvo de ocurrir un percance cuando alguien tira al otro lado del camión de Pablo la cinta de atarlas sin mirar, y el hierro que tiene en el extremo para engancharla, a punto está de darle en la cabeza a unos cuantos. Y como ninguno tenía el casco puesto…
En apenas quince minutos llegamos al Centro de Interpretación del Parque Natural de Cornalvo, junto a Trujillanos, donde iniciamos la marcha. Pedaleando por la vía de servicio que discurre paralela a la autovía sentimos en nuestras carnes que el invierno ya ha llegado, y seguramente ha venido para quedarse. Viendo en lontananza la sierra de las antenas, que es nuestro destino, giramos a la derecha por un camino en ascenso que discurre entre tierras de secano.
Iniciado el posterior descenso, vemos los hitos que nos indican que transitamos por la famosa y secular Vía de la Plata, o Camino de Santiago. Vemos un tramo vallado donde se conserva un trecho de la antigua calzada romana, con un cartel indicativo.
Cruzamos la carretera de Mirandilla y la autovía A-66, también llamada Vía de la Plata. Por una carretera bacheada y estrecha llegamos a la Presa de Proserpina, en cuyas márgenes hay varios chiringuitos acondicionados con cristales para ésta época del año.
Viendo las barcas de paseo varadas en la orilla, el Yanqui propone que demos una vuelta en ellas. Y es que cualquier Perrigalgo que se precie, ya trae de serie una querencia intrínseca hacia todo lo que se mueva a pedales.
Nos detenemos en la pared de piedra del pantano, donde varios carteles informan de las características de la presa. Convenimos que se trata de una importante obra de ingeniería romana, aunque decidimos (no sé con qué criterio) que en la de Cornalvo se esmeraron un poco más.
Tras posar para la foto seguimos camino por la cañada real Santa María de Araya, que nos lleva a la carretera de Esparragalejo. Vemos una torreta de antenas parecidas a las de la sierra de Arroyo, y algunos hacen bromas diciendo que ya las hemos conquistado, sin necesidad de subir.
Circulando por la carretera rememoramos cuando hicimos esta misma ruta el año pasado. Ocurrió que el día antes pillé una castaña de campeonato con mi amigo Manolo el Fontanero, y como yo solo conocía el camino me vi en el difícil trance de acudir a la cita; responsable que es uno. Y, claro, pasó lo que tenía que pasar: que pasé más que para echar los dientes y, encima, a la vuelta tuve todo el tiempo al “tío de la marra” pegado a mis espaldas.
Al poco de cruzar el río Aljucén giramos a la izquierda por una pista asfaltada. En un chalet vemos una cosechadora del pleistoceno y algo más curioso y original: una hormigonera herrumbrosa haciendo las veces de tiesto, de la que asoma una planta que bien pudiera ser un cactus, por su apariencia de hojas carnosas y con espinas.
Cuando se acaba el asfalto se produce un conato de despiste. El grupo cabecero se pasa del desvío y tengo que reconvenirles. ¡Paaapa p´atrás¡, que decía el de Cruz y Raya travestido de gitano. A falta de nuestro “caricato de cámara”, el Gran Tite, algunos (Blanco, Juanlu, Toni) se arrancan con unos chistes cortos que se difuminan entre sonrisas.
Llegamos a la Presa de Montijo, donde nos detenemos unos minutos a reponer fuerzas con los típicos plátanos, barritas…y el último reconstituyente de moda: los jigos pasados de Almoharín, que algunos reparten a discreción. Varios cormoranes sobrevuelan el río y se zambullen en sus aguas, a la captura de peces desprevenidos.
En marcha de nuevo, pasamos por la pista asfaltada del canal de Lobón. En mi radio Rafael Farina canta Las campanas de Linares. Cuando torcemos por la pista de servicio de la autovía A-5, ya viendo acercarse nuestro objetivo, la gente se queda en silencio unos minutos; se palpa la tensión y los Perrigalgos se concentran en la difícil empresa que están a punto de acometer. Al cruzar por encima de la autovía se rompe el mutismo y alguien hace un comentario jocundo, viendo a la izquierda el afamado putiferio que responde al nombre de Las Mazas.
Llegada la hora H iniciamos la subida por una pista alquitranada hasta la casa rural Los Pocitos. A partir de ahí el camino es de tierra y discurre empinado y en zigzag durante casi tres kilómetros hasta la cima. El grupo se hace añicos y un rosario de aguerridos Perrigalgos se esfuerzan para conquistar la cumbre. Entre Pablo, Javielillo y Juanlu, como terna de cabeza, y el Triqui, como “furgón de cola”, una ringlera de ciclistas van descontando, una a una, las veintiuna curvas (como el mítico Alpe h´Huez) de que consta la ascensión.
Me dicen que Diegui y Toni se han ido al suelo debido al mal estado del firme, con tierra y piedras sueltas. Al parecer, los hermanos Nieto cuando cae uno el otro va detrás, tal vez por simpatía. Dice Tomás David que en una ocasión se cayeron los tres hermanos, Diegui, Toni y Félix.
Ya en la cima nos tomamos un descanso, charlando de las dificultades de la ascensión; las opiniones son distintas y dispares. Miguelito el Bultino es protagonista de una acción tan aberrante como extraña: fumarse un cigarrillo pegando unas caladas tan hondas que le llegan hasta los zancajos. Él se defiende arguyendo que “en todos los oficios de para a fumar”. Es un buen chaval que hemos ganado para “la causa”, y al que yo contrataría de jockey en segundo lugar, si tuviera una cuadra de caballos de carrera; el primero siempre sería Blanquito.
Tras la preceptiva foto iniciamos el descenso con pies de plomo. Aun así, el Triqui se va al suelo, afortunadamente sin consecuencias.
Ya de vuelta tiramos por una carretera con muchos cambios de rasante, que nos lleva a Calamonte. Cruzamos el pueblo con algunos titubeos a la hora de elegir la calle correcta. Ya en Mérida se decide coger el camino más corto. Y es que el Triqui ya sufre el castigo, y hace que nos reagrupemos a cada rato para esperarle, lo que no supone ningún desdoro, antes al contrario: se merece un monumento. Recordemos que se trata de uno de los dos abuelos de la peña (el otro es menda), que es duro como una piedra, que cuenta con la friolera de cincuenta y siete tacos… y que la pata la tiene como la tiene. Como el cazo de una Poclain, que diría Pancho.
En el capítulo de incidencias, a falta de pinchazos o averías, anotamos el “aterrizaje” de Lalo al descuidarse en una rotonda; su rueda delantera se cruzó con la trasera del Demontre y cayó a plomo como un fardo, con la fortuna de hacerlo en el mullido césped de una glorieta. Vemos al Lolo Penena, que se muestra extrañado al vernos y al que saludamos al pasar a su lado.
Entre los regüeldos de Blanco, que más parecen de alguien que se ha comido un puchero lleno de garbanzos que de una persona de peso pluma, llegamos de nuevo a nuestro punto de partida con setenta y cinco kilómetros a las espaldas. Ya en la sede tocaba birra, refresco… y unas alas de pollo, gentileza de nuestra madrina, que nos saben a poco. Y es que traemos más hambre que el perro de un ciego y seríamos capaces de comernos a un pobre cagando.
Son las dos y media cuando el grupo se dispersa para casa, sin mostrar contrariedad por la hora. Ya se sabía que el pollo venía con jocico.
Hasta la próxima “correliebres”
Está claro que el dorsal 10 lo llevas a la espalda como cronista magistral. No te reserves tanto y pérmitenos disfrutar de tus relatos con mas asiduidad.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con Juanlu, expléndido relato.
ResponderEliminarNo es por abusar pero deleitanos con tus relatos,
El maestro es el maestro eso mo cabe duda, por eso hay que darles las rutas especiales, haber si se nos va a negar.
ResponderEliminarLa ruta merecía este cronista porque personalmente a me gusta mucho
buena cronica don Pedro haber si aprendemos a de ti con el tintero... encuanto a la expedicion bobilla, todavia tenemos unos fines de semanas de eventos asi que dificil va ser que montemmos en bici proximamente... RONI
ResponderEliminarVaya, vaya, esto si que son crónicas, un auténtico literato... En relación a la ausencia de los bobillos, indicar en defensa propia, que atravesamos momentos muy difíciles para compaginar los múltiples eventos que se nos plantean, con las salidas perrigalgas dominicales. Pero no dudéis que volveremos con fuerza...
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