martes, 28 de septiembre de 2010

Horario para la BOLA

SUBIDA A LA BOLA (Cancho Blanco) – Zarza de Montánchez (CC)



Saliendo de Zarza de Montánchez:


El primer km apenas pasa el 2 % de media.
El siguiente seguirá al 4,9 % .
El tercer km empieza algo más fuerte al 6,6 % y baja después al 4, para dar una pend. media del 5,4 %. Y llegó lo fuerte...

Hasta aquí la carretera va prácticamente recta, serpenteando suavemente entre olivares,
etc. El cuarto km también sigue recto, sin apenas curvas, pero la pendiente aumenta
considerablemente. Los primeros 500 m tienen una pend. media del 9 %. Los doscientos
siguientes constituyen el tramo más duro del puerto: ¡200 m al 14 %! y los 300 finales
no le van a la zaga, puesto que rondan el 12,5 % La pendiente media de este kilómetro
es del 11,2 % Una media propia de cualquiera de los puertos más duros del país.

Este km de Cancho Blanco es el más duro de Extremadura.

El quinto km es algo más "suave" al 8,2 % En el punto kilométrico 4,8 hay una
curva casi de herradura a la izquierda y poco después pasamos la primera de las
numerosas barreras canadienses que hay repartidas por el puerto. Y llegamos al
kilómetro seis. La pend. media vuelve a subir hasta el 9,3 % Los 400 m iniciales
rozan el 11-12,5 % Aquí también afrontamos casi de inicio una curva
bastante cerrada a la izquierda y poco después una herradura a la izquierda.
Más adelante aparecerá otra barrera canadiense.

Ya sólo quedan 950 m para llegar al final. Éste último tramo tiene una
pendiente del 8,1 % Desde el km 6,2 al 6,85 hay tres barreras canadienses más.
Los 400 m finales superan el 10,5 % de pend. media. Al final, llegamos a una
verja situada a 950 m de altitud. Cincuenta metros más adelante está el
radar situado en el punto más alto de esta sierra: Cancho Blanco, 953 m alt.
Es la Estación de Radar de Aviación Civil de Cancho Blanco.

Crónica tomada de la revista del Club Ciclista Montehermoso. http://www.clubciclistamontehermoso.com/

lunes, 27 de septiembre de 2010

Guadalupe 26-9-10


( Domingo, 26 de septiembre de 2010 )

Asistentes a la ruta:

José María Almaraz Luna
Emiliano Andrade Rodríguez
Juan Manuel Barroso Morcillo
Manuel Barroso Carrasco
Jesús Beltrán Simón
Florencio Benítez-Cano
José Manuel Benítez-Cano
Juan Luis Capilla Camacho
Pablo Carrascosa Sánchez
Paco Cidoncha Carrascosa
Pedro Carrasco Cuesta
Pedro Cuesta Flores
José Luis Jiménez Dorado
Julio Jiménez Parejo
Gerardo Muñoz Lozano
Juan Carlos Muñoz Tapia
Andrés Nieto Cortés
Domingo Pablos Bautista
Javi Parejo Jiménez
Diego Parejo Jiménez
Santiago Sánchez Díaz
Ángel Tena Carrascosa
Francisco Velarde Dorado

Invitados de honor:
Nerea, Jesús, Dieguito, Antonio, Pablo y Andrea.

Coche de apoyo:
Ángel Tomás Tena.

Faltan a esta ruta:
Jesús Cañamero Paulino
José Carlos Escobar Dorado
José María Garrido Parejo
José Joaquín Gallego García
Pablo Gallego Casillas
Antonio Indias Fernández
Alberto López Fuentes
Moisés López Calle
Mario Muñoz Tapia
Marcos Nieto Dorado
Agustín Sosa

Transporte:
Camioncillo Almacenes Carrascosa


Tiempo empleado: 5 h. 01 m.40 s.
Velocidad Máxima: 63 Km/h.
Velocidad Media: 22,5 Km/h.
Parciales: 113,13 Kms.

Recorrido: Plaza de España, Calle José Gutiérrez, Carretera de Cáceres, Nacional Cuatrocientos Treinta, Hernán Cortés, Ruecas, Valdivia, Gargáligas, Acedera, Obando, Guadalupe.


Comentario:

Una jornada verdaderamente fascinante de pedaleo y de cicloturismo, con la emoción de contar, en esta ocasión, con un nutrido grupo de cicloturista de la Peña, veintitrés en total en comparación con los dieciocho del año pasado.

También nos acompañaron, en la última etapa del recorrido, muchos más “Perrigalguinos” que en la edición anterior. La comida la tuvimos que hacer en los salones de bodas, ya que en el comedor que tienen en la Piscina Siloé no cabíamos todos, pues vinieron también muchos acompañantes, esposas y familiares de los ciclistas.

La mañana amaneció estupenda, pero bastante fresca, por lo que algunos Perrigalgos nos pusimos una doble prenda o los manguitos para no pasar frío a primera hora, y a medida que subía el sol y calentaba algo más cada cual se iba despojando de dichos complementos.

Como he comentado anteriormente, veintidós Perrigalgos salimos de la Plaza, que al cabo de poco tiempo se incorporó uno más, José Mari Almaraz Luna, “el número uno”, de la lista, que a la postre se le averió la bicicleta y se volvió a casa con sus padres, allá por la “Cuesta Pestosa”, que a decir verdad, en esta ocasión, con tanta movida de ciclistas no se nos hizo pesada ni mucho menos.


Antes de emprender la salida, Ángel Tomás nos hizo las fotos de rigor, que posiblemente salgan un poco oscuras, como en otras ocasiones, ya que aún era casi de noche cuando las hizo.

Es de destacar que desde el principio al final, se nos había añadido un Perrigalguillo que ni siquiera está en la lista, el hijo de Tena, el cual aguantó estoicamente hasta el final de la prueba.

El grupo pedaleó compacto durante los primeros kilómetros y a un ritmo nada despreciable que marcaban los jefes de fila, alternándose en los relevos pertinentes y oportunos.

Pedro Cuesta tenía localizadas dos matrículas, que estaban bien cerca de casa. La primera la divisamos enseguida pero le dije que no la cogería, para venir otro día a por ella. La segunda, poco después del Cerro del Guijo, tampoco la quería coger, pero Pedro paró a cogerla, y luego tuvimos que dar unas buenas pedaladas para poder unirnos con el grupo.

En el momento que les dimos alcancé, Tena, no indicó desde el camioncillo que venía uno, Josemari Almaraz, en nuestro encuentro, por lo que ni corto ni perezosos, a pesar de la jupa que nos habíamos dado con lo de la matrícula, volvimos acompañarle y llevarle en volandas al grupo, el cual se había percatado de la situación y había reducido la velocidad de crucero.

Más tarde me encontré dos matrículas más y también paré a cogerlas.

Reagrupados de nuevo, tiramos muy bien hasta la primera parada que hicimos para el avituallamiento, que fue en el cruce de Obando, donde no nos pudimos comer los plátanos de Canarias que llevábamos porque el bandido de Tena se había parado en El Acueducto a tomar café y se había enrollado con una preciosa y encantadora camarera de las que tiene allí Moñino.
Por si alguien no lo sabe aún, Moñino, el de Valdehornillos, es cuñado de Diego Parejo.


Dímosle sendas voces al pasar por el lugar, mas no levantó cabeza, pues según nos contó Diego habían estado hasta las tanta de la madrugada en la Fiesta del Pimiento. Así que tuvimos que comer las reservas que llevábamos en los bolsillos del maillot. Pero llegó por fin, aunque fuera un poco tarde.

Estando en el lugar de avituallamiento apareció por allí un coche muy bien preparado, con sendos banderines rojos y una luz de color ámbar giratoria, que también se paró allí. Detrás de dicho vehículo comenzaron a gotear de manera aleatoria, varios ciclistas, que al preguntar, pudimos saber que venían de Quintana de la Serena, en un número aproximado entre sesenta y setenta. Traían unas máquinas estupendas de carretera y con ellos cambiamos algunas impresiones.

Con las energías recobradas, seguimos pedaleando de manera compacta, con la sensación de aquellos quintaleros nos dieran alcance de un momento a otro.

Tuvimos mala suerte, pues Lalo pinchó y tuvimos que parar el tiempo suficiente para arreglar en entuerto, pero por lo pronto, a pesar del parón no les vimos venir. Fue algo más tarde, cuando apareció el coche antes dicho y se colocó delante de nosotros.
Ya pensamos que de manera inminente se nos echarían encima multitud de ciclistas de manera paulatina, pero no fue así, sino que aparecieron sólo diez o doce de ellos desgajados en grupitos de dos o tres. Manuel abandonó a su padre y se fue con el coche y con los ciclistas de Quintana y yo no volví a saber nada más de él, hasta que llegamos a la Vía Verde.

De estas guisas anduvimos hasta el kilómetro quince aproximadamente, donde el desnivel se hace un poquito más pronunciado, y el grupo se fue estirando poco a poco. Por fin, dos kilómetros después, en el cruce de Logrosán, comienza lo verdaderamente empinado del recorrido, tres o cuatro kilómetros más o menos, donde cada cual subió a su ritmo.

Yo me rezagué un poquito, para entregarle la matrículas a Tena, que las echara al camión, y cuando quise emprender la marcha observé que iban cuatro perrigalgos delante de mí, un par de ellos, Javi y Pedro Cuesta, muy adelantados, y algo más atrasados Pedro Carrasco y Andrés. Fui pedaleando tras ellos a sabiendas de que no les daría alcance, pero al menos para probarme a mí mismo y mantenerme lo más ceca posible. Entonces observé como Pedro Carrasco, con su pedaleo pausado, puesto de pie en la bici, con un desarrollo tremendo, iba quedando atrás a Andrés y al final dio alcance a las liebres que llevaba delante.

Yo conseguí ponerme a la altura de Andrés cosa que me sirvió de mucho consuelo. En una salida de la carretera a un camino, estaban paradas todas las mujeres de los acompañantes de los quintaleros y allí mismo, Pedro Cuesta y Javi regresaban para dar ánimos y echar una mano a los compañeros retrasado. Yo hice lo propio y de esta manera conseguimos reagruparnos con el fin pedalear más o menos al mismo ritmo para salvar la recta “pestosa” que tan poco le gusta a nuestro compañero Domingo, pero que en este caso, se hizo mucho más llevadera porque casi no nos percatamos de ella debido a la charla y a la compañía.

Poco antes, pinchó también Capilla y de nuevo tuvimos que esperar un poco para reagruparnos de nuevo.

Andábamos rondando ya por los ochenta kilómetros más o menos y algunos compañeros se les iba haciendo algo más pesada aquella marcha. Pero nos pudimos dar cuenta por fin de que en el grupo de Quintana había muchas más cabras cojas que en el nuestro, pues quitando una docena de ellos, los demás no consiguieron adelantarnos en todo el recorrido, antes por el contrario, llegaron mucho más tarde que nosotros.


En el Puerto nos esperaba toda la trupe, que nos animaron con sus aplausos y con sus muestras de cariño, y a partir de allí la cosa fue mucho más llevadera, con una bajada formidable y un tramo de Vía del Tren, hasta llegar a Guadalupe.






En este tramo fue donde se nos unieron un grupito muy considerable de pequeños perrigalgos que pedalearon muy bien hasta llegar a Guadalupe. Yo me junté, en este tramo, con Juan Manuel Barroso, con su hijo Manuel, como comenté anteriormente, y con el pequeño Dieguito que también pude comprobar que tiene buena planta. Además me llevé una gran sorpresa, cuando le vi con el traje de Banesto, que tantos recuerdos nos trae a lo que comenzamos nuestro pedaleo por aquellos tiempos de Induraín, cuando adquirimos dichos trajes.


Nos reagrupamos de nuevo a la entrada de Guadalupe, después de subir como se pudo la cuestecilla final, para llegar todos juntos a la Plaza de Santa María de Guadalupe, en medio de una ovación de aplausos de la familia que allí nos esperaban.

Besos, abrazos, saludos y fotos, muchas fotos hasta que conseguimos colocarnos para la foto del grupo en las escalinatas del Monasterio.


Y luego el Bautizo de los primerizos en la fuente de la Plaza de Santa María de Guadalupe.


Luego, cuando conseguimos dar con el Padre Fray Jesús del Espino, nos fuimos a las duchas para el aseo personal. Yo me metí en una ducha y le di al manubrio, mas no me había percatado que no había ducha y el chorro salió como un caño lanzando el agua al pasillo y mojando a todo el mundo hasta que pude pararlo. Luego no regulé poquito a poco y conseguimos ducharnos allí también.

Una vez que terminamos comenzamos a desfilar camino de la Piscina Siloé, cada cual a su antojo, donde habíamos de merendar. Estuvimos colocando las bicicletas en el camioncillo y parecía que no iban a caber pero al final la pericia del colocador se impuso a nuestra desconfianza y consiguieron echarlas todas.








Nos tomamos unas cervecitas en la barra, y seguidamente pasamos a la sala interior, que era más amplia que el comedor que está en el mismo bar. El menú no estuvo nada mal, igual que el año pasado, una paella muy rica, según la mayoría de las personas, y como yo no soy muy paellero, hice las gestiones oportunas para que me trajeran un par de huevos fritos con patatas, como a los niños. De segundo, también como el año pasado fue una carne en salsa o caldereta que estaba buena, pienso que mejor aún que el año pasado, con un poquito de sabor picante que hubo que suavizar con el vino.


Acto seguido regresamos a casa cada cual por libre, quedando en reunirnos de nuevo en el Bar Petunia para bajar las bicicletas. En dicho bar tomamos casi todos un refresco y luego nos dispersamos por fin hasta la próxima ocasión.

A mi modo de ver todo salió estupendamente y la gente se le ve “muy animada”, entre comillas, valga la redundancia, para subir el próximo domingo a la Bola.
Por Flore

martes, 21 de septiembre de 2010

EL CUERPO EN LA SIERRA DE RENA Y LA CABEZA EN GUADALUPE.


Domingo, 19 de septiembre de 2010


Comentario:

Como es por norma ineluctable, a las nueve se congregan en el paseo los Perrigalgos para la ruta dominical. En esta ocasión nos hemos juntado la nada despreciable cifra de 18 unidades. Y es que, como van remitiendo los rigores veraniegos, con lo que llevan aparejado (vacaciones, calores extremas, polvo, abreojos, algunos con fobia al asfalto…), van acudiendo “a careo” todos los que hacen “cordones” de vez en cuando.
La ruta elegida es la sierra de Rena, un recorrido del que este humilde escribidor fue descubridor, y que volvemos a reeditar de nuevo.
Al pasar por la residencia de mayores San Miguel, llega hasta nuestro olfato el apestoso olor de las peladuras de tomate que han echado junto al camino. La gente comenta con gestos de repugnancia el insalubre pestazo. Y el cachondo mental de Javi comenta: “Yo creo que las han tirao aquí pa que se mueran los viejos, si no es imposible”.
Por un híbrido de caminos de tierra y pistas de asfalto, pasamos por Hernán Cortés y llegamos a la falda de la sierra de Rena. Giramos a la izquierda por un camino pedregoso que discurre entre chaparreras y enseguida estamos al pie de la cuesta Criminal, como fue bautizada en su día por algún Perrigalgo ocurrente.

José Carlos y Antonio, conscientes de su precario estado de forma, deciden obviar la dificultad montañosa y esperarnos a la sombra de un magnífico ejemplar de eucalipto, junto al huerto Santa Inés. Los demás hacemos la intentona de subir en la bici (muchos son los llamados y pocos los elegidos) con menor o mayor suerte.





La cuesta no tiene más de 100 metros y una pendiente del 16 % de desnivel. Pero su hándicap es que tiene piedras sueltas, así que para tener éxito hay que juntar potencia y técnica, cualidades que solo aunaron en esta ocasión tres Perrigalgos, a saber: Capilla, Pedrito Cuesta y Javi. En su infructuoso intento por subir, Yeyo no solo se para en la mitad, sino que se cae panza arriba, como si de un galápago se tratara, y tuvo dificultades para darse la vuelta.



Tras un kilómetro bordeando la sierra por un camino llano, llega la segunda dificultad. Ésta es más larga y con un porcentaje del 10 %, y cada cual la asciende como Dios le da a entender.







En la cima espera el premio en forma de vistas magníficas, que alcanzan gran parte de las Vegas Altas y que son un deleite para la vista y los sentidos, a poco que se sea sensible con la naturaleza, como lo son por norma los componentes de esta peña.







Iniciamos el descenso y, como siempre, el grupo se parte en dos: los valientes y los acojonados. En el huerto Santa Inés, reunidos con el par de “sorches” que esperaban allí, nos retratamos y, cruzando el Villar, retornamos pasando por Vivares y Valdehornillos.

Capilla y Emiliano han copado los dos primeros premios en el certamen de fotografía que patrocina la asociación “Amigos de Santa Amalia”. A cuenta de ello se me ocurre una copla:

En esta peña hay de todo,
carpinteros,maquinistas,
y por si eso fuera poco,
tenemos dos retratistas.


Al llegar al pueblo, Javi propone que pasemos por el campo de fútbol de La Mesta, donde está su hermano Diego, jugando un partido con sus jugadores, de los que es el entrenador, Su propósito es “juchearle” y que sienta envidia (sana) por no haber podido acompañarnos, como era su intención.

En la sede, con los bocatas y las birras en ristre, se decide la ruta a Guadalupe del próximo Domingo. Que si la vía verde, que si la carretera… Al final se decide que iremos por carretera. ¡Y qué más da! El caso es que nos lo vamos a pasar como los indios; o esa es nuestra intención, por lo menos.

Pedro Carrasco Cuesta.

jueves, 16 de septiembre de 2010

DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA CABALGAN DE NUEVO


(HISTORIA DE LAS AVENTURAS DE DOS INTRÉPIDOS PERRIGALGOS)

Florencio Benítez-Cano Benítez-Cano, a partir de ahora llamado Don Quijote.
Pedro Carrasco Cuesta, a partir de ahora llamado Sancho Panza.

En un lugar de Extremadura de cuyo nombre sí quiero acordarme, vive un caballero andante llamado Don Quijote. Frisa nuestro hidalgo la edad de 61 años y es de complexión recia, corto de estatura, grandes ojeras, propensión a la glotonería y gran madrugador. Ha desahuciado su secular Yelmo de Mambrino en favor de una gorra de visera, con la que se toca sin prevención de su integridad.

Su fiel escudero, compañero y confidente, Sancho Panza, ronda la cincuentena y es de altura regular, vientre que rola a prominente, igualmente amante del buen yantar y despejado de frente, que no de ideas. Cubre su testa con un casco amarrado al mentón por un barboquejo que le confiere un aspecto ridículo, a más de ordinario.

Saliéronse nuestros personajes de su lugar un Lunes 6 de Septiembre en busca de aventuras a lomos de sus monturas; han trocado el rocín flaco y el rucio por sendas bicicletas. Llévenles sus pasos hacia el norte con un pedaleo pausado, a más de constante. Pasada la ciudad de Cáceres, nuestras mercedes detuviéronse en una venta (gasolinera) a reponer fuerzas del condumio que portan en sus alforjas. De nuevo en camino, cruzando por los campos pardos de las llanuras cacereñas, el sol cae como plomo derretido y hace mella en el ánimo y el entendimiento de nuestros personajes.

Pronto avizoran las embalsadas aguas del Tajo, por la presa de Alcántara. En ese paraje adelantan a dos peregrinos que se descubren de tez pálida, propia de gente normanda, y hablar desconocido y extraño.
Una subida agotadora llévalos hasta Cañaveral, aldea que hayan sumida en la quietud propia de la hora de la siesta.

Rondan las 4 de la tarde cuando Don Quijote anuncia a su escudero la proximidad de una aldea llamada Grimaldo, donde parecióle conveniente hacer noche.

Llegáronse entrambos a una venta, a más de posada (albergue), regentados por Adela, una dama achaparrada, dadivosa y afable que saluda con encanto y efusión a Don Quijote, por reconocerlo de pretéritas y andantes aventuras. En unos desvencijados catres, caballero y escudero tendiéronse a dormir la siesta y dar apaciguamiento a su cordura y entendimiento. Un paseo reparador, platicando con los lugareños, valen de preámbulo a una cena que Adelita (si se fuera con otro…) sirvióles con cumplido primor y prestancia. Las viandas no las componen precisamente “duelos y quebrantos ni palominos de añadidura”, sino unos huevos fritos con patatas y carne que engullen con avidez, bien regados con vino.

El canto de los gallos despierta a nuestros personajes, que parten al alba en busca de nuevas y fantásticas aventuras, después de atiborrarse grandemente en una venta próxima (área de servicio) de tiernas magdalenas y magnifico café, como gusta decir a Don Quijote.

A poco rato de partir, Don Quijote paróse de repente y exclama, dando muestras de maravilla y contento: “La primera, Sancho”. Apeóse de su montura y recoge de la cuneta una tabla numerada de chapa; llevado de su locura, nuestro hidalgo gasta de peregrinas excentricidades, como la compulsiva colección de matrículas. De esta suerte, dejada atrás la villa de Plasencia, Don Quijote y Sancho son retenidos por las fuerzas del orden (guardias de tráfico), extrañados de las matriculas que luce nuestro hidalgo tras su montura. Hiciéronles las preceptivas pesquisas y requerimiento de identificación, y finalmente diéronles licencia y consentimiento para seguir con sus locas andanzas.

Con un cielo que tornábase panzaburra, dambos jinetes llegan prestos a la graciosa villa de Baños de Montemayor. Adelantóse Sancho a su amo en las empinadas subidas a Béjar y al puerto de La Vallejera, maravillándose nuestro andante caballero de que el asno de su escudero camine más liviano y ligero que su rocín, por flaco y famélico que se aparezca.

Esperóle Sancho a su señor en una venta (gasolinera) y, juntos de nuevo, parten para alcanzar la villa de Guijuelo, donde admiráronse con los aromas a chacina y el embriagante olor que emana de los perniles de los marranos, por los que es conocida en el orbe esta villa.

En prevención a que los negros nubarrones descarguen sobre sus espaldas, ponen espuelas a sus monturas para llegar prestos a la universitaria, a más de famosa, ciudad de Salamanca, sin acontecerles cosa que de contar fuere.


La jornada ha sido agotadora con nuestros personajes maltrechos tras recorrer más de 31 leguas (177Kms.). Llegados al albergue de peregrinos donde toman posada, Don Quijote y Sancho dejan sus monturas, trocándose de caballeros en infantes, y recorren las callejas entre la bulliciosa muchedumbre. Por una de ellas van a dar en una gran plaza. Entonces Don Quijote, mirando a su escudero díjole: “Con la catedral hemos topado, Sancho”.


Tras una cena nada frugal compuesta de viandas varias y cerveza, nuestros protagonistas se entregan a un sueño reparador en una estancia donde descansan y roncan otros andantes caballeros de nada parecido jaez.

Amanece cuando Don Quijote alerta a su escudero, para ir aparejando sus monturas y salir una jornada más a buscar nuevas y sin pares aventuras.




En lontananza columbran la magnífica villa de Alba de Tormes. Paróse Don Quijote al pie de la inacabada basílica de Santa Teresa a rendir cumplida plegaria a la santa, cuyo sepulcro se descubre en el apartado convento de La Anunciación.


Cruzando el río Tormes, a Sancho acúdenle a las mientes las obras del grande literato llamado Garcilaso de la Vega:

En la rivera verde y deleitosa del sacro Tormes,
dulce y claro río, donde hay una vega verde y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.


Descubre Don Quijote en la cumbre de la cercana serranía unos gigantes que mueven sus brazos. No son sino las torres de un parque eólico, con tres enormes aspas que giran movidas por el viento. Convencióle Sancho en esta ocasión a su amo, para que no les presentara batalla ni arremetiera con descomunal furia contra ellos.

Por la inmensa llanura castellano-leonesa (que no manchega) Don Quijote y Sancho apercibiéronse de la fecha (8 de Septiembre, día de Extremadura) y las musas acuden prestas a sus molleras, faltas de todo juicio. Y como por encantamiento, se ven entonando a coro con estridencia y desafinamiento:

Nuestras vooces se alzan,
nuestros pueeblos se llenan,
de bandeeras, de bandeeras,
verde, blanca y negra…

Llegáronse a la aldea de Horcajo Medianero, donde la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos y el murmurar de las fuentes, son musas fecundas que colman a nuestros personajes de maravilla y contento.

Enfrascóse Don Quijote contando a Sancho historias de luengas experiencias anteriores y temerosas aventuras, donde tentó a Dios acometiendo tan desaforados hechos. Así hilvanaba nuestro caballero historias amenas y sencillas, como divagaba por las lindes de la locura con derivaciones a la charlatanería. En este trance, Sancho ofrecía su ánima a quien quisiera llevársela, ante tal desaguisado.

Ascendían nuestros protagonistas una cuesta cuando Don Quijote, ahuecóse en su montura y tiróse sendos cuescos que dedicó a no sé qué profanas deidades. En ese menester Sancho tampoco le iba en zaga, y así soltaba sonoros eructos como estruendosos cuescos.

Llegados a la villa de Piedrahíta maravilláronse con la imponente sierra de Gredos, y con una suerte de enormes pájaros (parapentes y alas deltas) que volaban por sus cumbres y laderas.

A Don Quijote le suena el móvil; es su “fermosa” y discreta doncella, Dulcinea (Maruja), que saber quiere de las aventuras de su andante caballero. Teresa Panza (Amparo) hace lo propio con su marido, Sancho, y apremióle con súplicas para que no fie su suerte a la prometida ínsula de su amo y regrese presto a su hacienda.


El puerto de Villatoro les fatiga “agora”, en hora más propia para la siesta que para andar en peregrinas aventuras. Desde tan magnífica altura, divisan en lontananza la nunca antes vista por Sancho ciudad de Ávila. Llegados a ella, Don Quijote y su siervo se maravillan de tan encastillada ciudad y propusiéronse hacer noche en ella. El lugar de reposo resultó ser un albergue de peregrinos, donde nuestros personajes comparten posada con gente germana venida de la lejana Prusia.

En una venta próxima llamada La Edad Media, Don Quijote y Sancho se entregan a los “placeres de la carne” (en el buen sentido) dando cumplida cuenta de sendos chuletones de vaca avileña, una licencia nada común en el proceloso y nada mesurado mundo de la caballería andante, a decir de Don Quijote.

Sorprendióles de nuevo el alba a entrambos aventureros, apostados en una venta comiendo a dos carrillos churros que mojan en sendos cuencos de café.

A lomos de sus monturas van silenciosos y mohinos, cruzando campos y aldeas; ora se cruzan con pastores apacentando sus rebaños, ora saludan a lugareños, ya sean ancianos, bachilleres o damas de toda laya y condición.

Dependiendo por el lugar por donde cruzaren, a sus olfatos llegan toda suerte de olores: a vacas, a jamones que se curan en secaderos, a estiércol, a montuno de cabras, y hasta a cosa dulce que, levantando sus miradas, descubren como fábrica de chocolate llamada Elgorriaga.

En su constante deambular pronto arriban a Solosancho, aldea ésta que pareciera tomara nombre en memoria y honor de nuestro escudero. Más adelante llegáronse a la cristiana aldea de La Hija de Dios, donde principia la subida al muy importante puerto de Menga (que no ascienden con la minga precisamente), donde de nuevo Sancho adelantóse a su amo para esperarlo en la cumbre, por si hubiere de algún menester o contingencia.


Por angostos desfiladeros de empinadas y arboladas laderas, suben al muy digno de ensalzamiento puerto de El Pico, desde donde diríase que se contempla todo el orbe que Dios creara. Admiráronse de la sinuosidad de la carretera, así como de la empedrada calzada que hicieron gente romana en tiempos del gobierno de Adriano.

En la villa de Mombeltrán, presidida por un medieval castillo, Don Quijote y Sancho entregáronse a llenar sus panzas con viandas de las que se proveen en un ultramarinos, y que engullen con avidez sentados a las puertas del consistorio.

Dejáronse atrás la importante urbe de Arenas de San Pedro, enveredándose por lugares de ensoñación hasta la villa de Candeleda. En una mísera venta (quiosco) refrescan sus gargantas con unas cervezas y ensalzan la discreción y donosura de la Virgen de La Chilla, patrona “desta” villa.


Adentráronse de nuevo en Extremadura por los parajes sin par de La Vera, cuya primera aldea es Madrigal. Llegáronse a Losar, donde a Sancho parecióle cosa de encantamiento las imágenes y figuras recortadas con esmero en los setos, que más pareciera obra tocada por la divinidad que por hombre terreno, como no fuera el tal llamado Eduardo Manostijeras.


A la salida “desta” villa, admiráronse nuestras mercedes de la garganta llamada de Cuartos. Don Quijote díjole a su escudero en este trance: “Amigo Sancho, en este tan encantador lugar tengo la intención, para solaz de mis huesos, de dar reposo a mis maltrechos pies y mojarlos en sus cristalinas y frías aguas”.


Respondióle Sancho a su amo: “Apruebo su propósito, mi amo, más no me contentaré yo con solo humedecer mis pies sino que lo haré con todo mi cuerpo, si a bien lo tiene vuestra merced”.


Llegados a la villa de Jarandilla de la Vera, Don Quijote y Sancho determinan poner fin a la jornada y buscar aposento. Paráronse en el encastillado y majestuoso parador, donde el emperador Carlos detúvose una temporada, hasta ver culminados los preparativos para su ulterior retiro entre los monjes jerónimos del cercano monasterio de Yuste. Pero esos lujosos lugares no son menester ni posibles de caballeros andantes. Al fin, una casa prefabricada en el vecino camping La Jaranda, sirve de morada para dormir y reponerse de tan luenga jornada, donde han recorrido 27 leguas (150 Kms.) buscando aventuras por éstos caminos de Dios.

En una venta sita en la plaza de la villa, presidida por la iglesia-fortaleza de Santa María, Don Quijote y su escudero de dan a refrescar sus gaznates y a yantar. Ambos engullen con glotonería, si bien a Don Quijote, con desdeñoso desaliño, chorreábale la pringue por la boca sin poner remedio a tal desaguisado, aun a costa de los requerimientos de su escudero.

La quinta jornada de las andanzas de nuestros héroes, como es por costumbre en los andantes caballeros, inicióse con las primeras luces del alba. Presto dejan atrás la villa de Jaraíz y se adentran por las riveras fértiles del río Tiétar, cuya primera aldea es Tejada.

A la diestra mano admíranse de la alta serranía, en cuyas cumbres háyase la aldea, a más de puerto, de Piornal. A media jornada adentráronse nuestros caballeros por terreno llano, poblado de encinas y alcornoques, camino de la villa de Navalmoral, en la comarca llamada del Campo Arañuelo. En ella se abastecen de víveres que mercan en una tienda de ultramarinos, y que se zampan en un banco a la sombra, extramuros de la dicha villa.

Partieron de nuevo adentrándose “agora” en la muy desconocida para Sancho y agreste comarca de Los Ibores. En la aldea de Bohonal de Ibor, Don Quijote muestra síntomas de flaqueza y manda a Sancho a detenerse en una venta (gasolinera) a pedir de beber, que en muchos casos es de más necesidad que comer.


Pronto cruzan el río Tajo por el pantano de nombre Valdecañas, que se presenta harto mermado del elemento líquido, y ya divisan a lo lejos un luenga y grande cuesta, por la que han de subir, llamada por los lugareños La Cabrona. Sancho, que de nuevo adelantóse a su amo, pensó que quedóse corto quien bautizara la dicha cuesta con nombre tal. Prosiguió el escudero en soledad y en éstas se encuentra sendas matrículas que recoge, para gloria y contento de su amo. Y es que, cuando se anda en aventuras con un caballero andante como Don Quijote, córrese el riego cierto de aparecer tan loco como su amo.

En la aldea de Castañar de Ibor esperóle Sancho a su señor, que aparece contrahecho tras superar las últimas y muy grandes dificultades. Refrescáronse con holganza en una fuente y prosiguen camino hasta dar en la aldea de Navalvillar de Ibor, en la cual topan, en una venta, con un paisano que se maravilla de verles tan lejos de su lugar; el paisano llámase Israel, un jovenzuelo que está matrimoniado con una hija del compadre llamado tío Guinda.

De nuevo parten nuestros protagonistas con un sol de justicia, maravillándose ora de los picachos de la sin par serranía de Las Villuercas, ora de los barrancos y precipicios, poblados de olivos, en los que se descubren cabras monteses que huyen veloces al barrunto del paso de los caballeros.

Al doblar un recodo, avizoran en una hondonada la muy singular puebla y villa de Santa María de Guadalupe, patrona de las espaciosas y luengas tierras de la Extremadura, donde nuestros héroes tienen en la mente poner fin a su jornada.


Bajan una pendiente que les lleva a la plaza, donde se aparecen raudos, tirando de las riendas (frenos) a sus encabritadas monturas. En éstas, exclama Don Quijote: “No con la iglesia, más con el monasterio hemos topado, amigo Sancho”. Nuestro hidalgo caballero, removiendo Roma con Guadalupe (que no con Santiago), usa de su palabrería y habilidad para el encantamiento y hablóle al padre prior, Sebastián, de sus cuitas y malandanzas, y presto logra su propósito. Mandóles el clérigo a la posada de la “señá” Chencha, mujer de bondad sin par que, llegados nuestros protagonistas, atendióles a cuerpo de rey “desfaciéndose” en prebendas, a más de atenciones.

Para cenar llegáronse a una venta cercana, donde les ocurren cosas dignas de ser contadas con el ventero y sus hijos. A Sancho sonóle el móvil en ese ínterin; es otro andante caballero (Domingo) que salióse también de su lugar por otros pagos a buscar aventuras, y saber quiere de las acaecidas a nuestros protagonistas. Denantes, llamóle a Don Quijote otro aprendiz de la andante caballería (Javi) para saber sobre sus aventuras.

Entre dos luces, tras haber engullido churros en una venta de la monástica puebla de Guadalupe, Don Quijote y Sancho váyanse a recorrer la sexta y última de sus aventuras. Saludando a una ringlera de caminantes marianos en peregrinación, apuran el paso a sus monturas; quieren llegarse a su lugar en hora presta para la merienda.

Pasáronse de largo por la aldea de Cañamero y presto llegan a otra de nombre Logrosán. Cruzáronla por el centro, yendo a dar a la grande ermita donde se venera a la muy Santa Catalina.

Dejando atrás grandes encinares llegan a las presas de Ruecas y Cubilar, para enfilar por el canal de las dehesas, que cruza los campos yermos, hasta dar con tierra fértiles de riego en las aldeas de Los Guadalperales, Gargáligas, Valdivia y Hernán Cortés.

Y en hora cercana a la una y media, llegan a la villa de la Santa Amalia con las bolsas y las molleras vacías; las unas de viandas y maravedíes, y las otras de todo juicio y entendimiento.

Han recorrido nuestros héroes en seis largas jornadas de cabalgadura, la nada despreciable cantidad de 158 leguas (881 Kms.). Vuelven a sus hogares y haciendas hasta que, movidos por sus locuras, ensillen sus monturas de nuevo y den continuidad a sus andanzas, “desfaciendo” entuertos y agravios, bajo la égida y la comandancia del “hombre de la alegre figura”.

Y estas son las maravillas que os había de contar, y si no os lo han parecido, no sé otras.

Firmado: Pedro Sancho Carrasco Panza.

martes, 14 de septiembre de 2010

Reunion Ruta a Guadalupe el dia 26-9-10

Convocatoria de Asamblea para el viernes 17 de septiembre a las 21,30 horas para tratar el tema de la ruta a Guadalupe.

Igualmente debe comenzar a apuntarse la gente que tiene intención de ir, perrigalgos y familiares, con el fin de poder hacer las reservas para la comida.

Saludos.

Juanlu.

los Alijares


Domingo, 12 de Septiembre de 2010

La ruta prevista para este domingo, era repetida y se intentó realizar por el mismo camino que se hizo la vez pasada.

segundo video:
http://www.youtube.com/watch?v=RD4hVTBGHis

Acabó en la ganadería de “Los Alíjares” aunque en un principio se había hablado de poder llegar hasta Robledillo de Trujillo. Nadie ha podido realizar la crónica de éste fin de semana, y me han pedido que lo haga yo, ya lo decía mi compañero Pepe “Casallo”, “niño no aprendas que te mandan”.

Pidiendo disculpas por el retraso ya que esta crónica suele estar colgada del blog el mismo lunes, no he podido terminarla hasta ahora y no sabía que tenía que redactarla hasta ayer más o menos a las doce del medio día.


Las mañanas comienzan a sentirse un poco más fresquitas aunque cuando “Lorenzo” coge la vertical sigue pegando igual que en pleno verano, el consumo de agua es importante y nos bebemos todo lo que llevamos y más porque no hay. Dosificando el líquido elemento y gracias a los nuevos bidones isotermos el agua llega fresquita hasta última hora.

Al llegar a la Plaza de España todos comentamos con Emiliano el suceso del día de Extremadura, y que supuso haber sufrido una caída por parte de su cuñado Pedro.

Intentaré transcribir aquí lo sucedido por lo rutinario de la ruta y porque posiblemente sirva para información para el resto de los compañeros de la Peña.

En la mañana del día de Extremadura, haciendo una pequeña salida por la mañana, por casualidad me encontré con Emiliano y su cuñado Pedro, que en alguna ocasión ha venido con nosotros. Llevaba unos 14 kilómetros, cuando bajando la pista alquitranada que lleva desde el canal de Orellana hasta la Autovía, vi a lo lejos un par de ciclistas que subían. Al principio no pude distinguir quienes eran, pero estaba seguro que eran de la casa. Cuando salgo solo, no me gusta alejarme mucho del pueblo por si surge algún problema, así que prefiero dar vueltas en redondo por lo que me encontraba bien para seguir con ellos.

Al decirme que iban a los Arrives del río Aljucén me pareció una buena ruta para hacerla en compañía. Así pues los tres pusimos manos a la obra. Primero se nos rompió la cadena de Pedro, que menos mal que Emiliano y su cuñado que son como dos Madres, hay que ver, que llevan de todo en esas riñoneras y esas cajas de herramientas. Usando unos eslabones adicionales se reparó la cadena en menos de 5 minutos. Pero el incidente al que hacía referencia al comienzo de mi relato sucedió bajando la cuesta de los Eucaliptos. Decidimos bajar por la que se supone tiene menor pendiente.

Emiliano iba primero, yo detrás a prudente distancia y Pedro un poco más retrasado. Al llegar abajo, intenté contactar visualmente con Pedro, pero me extrañó que tardara tanto en aparecer detrás de mí. Se lo comenté a mi compañero y éste pudo contactar por teléfono móvil con el accidentado.

Se había caído y pensaba que tenía rota la clavícula.

El lugar por lo apartado y desconocido, me pareció el peor lugar para que ocurra algo. Nos comentaba que no le dolía que probablemente lo tuviera fuera de su sitio si más.

No sabíamos si llamar a emergencias 112, que no creo que no hubieran enviado alguien, o llamar a casa donde seguro que tampoco conocían el paraje.

Al final llamamos a Casa de Emiliano y Pedro y a nuestro compañero José Joaquín, en un intento por que alguien supiera donde estábamos. La idea era llegar hasta la carretera de la Parrilla y desde allí ser rescatados. Íbamos andado, hay que reconocerle a este Pedro lo duro que es, se nota que es un chicarrón del norte, más duro que la concha de un galápago de cien kilos, con el brazo fuera del sitio, más una costilla rota (que le han detectado luego) caminado, empujando la bici con el otro brazo, se negó a sentarse y esperar el rescate.

Emiliano se adelantó por si llegaba alguien por la carretera de La Parrilla y podía enviarlo hacia nosotros. Hubo suerte, por allí pasaron Ana, la hija de “Mochila, y su novio que trabaja en una de las fincas de la zona. Con un todo terreno llegaron hasta nosotros y Pedro pudo ser llevado desde el camino hasta la carretera. Allí ya estaban esperando la mujer de Emiliano, José Joaquín y su mujer.

Después de aguantar la reprimenda de las féminas pudimos meter las bicis en los maleteros del coche y llegar hasta el pueblo. No me hubiera importado rematar la ruta desde allí en bici, pero mi compañero sano, en un ataque de lucidez momentánea, seguramente pensando en las cuestas que nos quedaban por superar me convenció sin mucho esfuerzo, todo hay que decirlo, para seguir en coche.

Y pasando a la ruta del domingo que era el tema principal de hoy, que como digo fue una ruta ya hecha, sin demasiadas incidencias, sin pinchazos, toc toc, tocaremos madera. Digno de mención si me parece que tuvimos suerte al encontrar abiertas las instalaciones de “PASTORALIA”, familiares de nuestro compañero Domingo Pablos.





Hemos pasado numerosas ocasiones por allí y siempre estaba cerrado. Más de una vez nos ha propuesto ir a ver las instalaciones dedicadas a la elaboración de la famosa Torta del Casar, seguro que un día nos organizamos y vamos. Es un centro de interpretación de la Torta del Casar y fábrica de quesos. En la foto en la que aparece Domingo, que se corresponde a la de la inauguración de las instalaciones, podía leerse que estas fueron inauguradas por la Sra. María Teresa Fernández de la Vega, toda una vicepresidenta el Gobierno de España.

La ruta fue conocida y se hizo a un ritmo bastante lento, algunos de nuestros efectivos no estaban muy en forma. Es muy recomendable salir de vez en cuando con la bici, no sólo la ruta del domingo, sobre todo cuando se lleva mucho tiempo sin salir. El grupo está muy rodado y hay gente que está bastante en forma, las rutas cada vez son un poco más largas, por lo que es muy aconsejable, sobre todo para evitar sufrimientos no deseados, que cuando se lleva mucho tiempo sin salir, primero salir por nuestra cuenta hasta conseguir cierta soltura.

Bueno compañeros, espero que esta crónica a pesar del retraso haya sido de vuestro interés e información. El próximo domingo nos vemos, habrá que hacer algo largo para coger algo de fondo de cara al día 26 que nos toca ir a Guadalupe, espero encontrarme en mejor forma que la pasada vez y no me lleve este año el premio de “Si lo sé no vengo”.

Un abrazo muy fuerte para todos.

Por Juan Carlos Muñoz

martes, 7 de septiembre de 2010

La ruta de los saludos. (Magacela)


Domingo, 5 de septiembre de 2010

Asistentes a la ruta:

Emiliano Andrade
Manuel Barroso
José Manuel Benítez
Juan Luis Capilla
Pablo Carrascosa
Paco Cidoncha
Julio Jiménez
Andrés Nieto
Domingo Pablos
Diego Parejo
Javier Parejo
Juan Carlos Muñoz
Lalo Muñoz
Santiago Sánchez

Tiempo empleado: 2 h. 54 m.
Velocidad Máxima: 74,600 Km/h
Velocidad Media: 22,03 Km/h.
Parciales: 62,300 Kms.

Recorrido: Plaza de España, Ctra de Medellín, Medellín, Don Benito, La Haba, Magacela, La Haba, Don Benito, Medellín, Plaza de España.

Videos:

Primer video:
http://www.youtube.com/watch?v=8_93lC1i-Wk

Segundo video:
http://www.youtube.com/watch?v=jyVWJWV_zJE

Tercer video:
http://www.youtube.com/watch?v=tT6ubkcom30


Comentario:

Reunión en la Plaza con una alta cantidad de participantes.

En un principio parecía que todos íbamos a tirar juntos, pero ante la proposición de la ruta a Magacela, se produce una pequeña división y José Carlos, José Joaquín y José Luis deciden hacer una ruta más liviana por los alrededores.

El resto del grupo con 14 componentes decide hacer la ruta planteada por Lalo de ir a Magacela.

En la carretera dentro del pueblo nos da los buenos días un biciperegrino con chaleco naranja que esta haciendo el camino de Santiago pasando por la ruta de la Plata (1º saludo)

Nada más salir por la N-430 nos encontramos con Flore que entraba en el pueblo, esta vez en coche tocando el claxon al tiempo de cruzarse con nosotros (2º saludo).

Comienza el grupo a pedalear en dirección a Medellín rodando sin prisa pero sin pausa, ante el largo recorrido propuesto.

Por la sierra Quesera nos adelanto Moi (3º saludo) que agitando el brazo nos alentaba a pedalear, al adelantarnos con el coche de su padre que le llevaba a una competición que se celebraba en Don Benito.



Entre Don Benito y Medellín nos cruzamos con un grupo de ciclistas de carretera entre los cuales se encontraba el padre de Andrés, saludándonos al cruzarnos con cierto alborozo (4º saludo).

Llegados a Don Benito el grupo ya va rodando más ligero y empiezan los problemillas de seguir a los más rodadores por parte del resto.





Dejando Don Benito a nuestras espaldas por la carretera de La Haba, Andrés empieza a notar que su rueda no anda bien de presión, teniendo que parar para comprobar que en su cubierta se encuentra incrustado un abreojo que le hace la puñeta, teniendo que cambiar la cámara por dos veces, pues en el primer cambio estaba la cámara también pinchada.



Reemprendemos la marcha en dirección a nuestro objetivo dejando a un lado al pueblo de La Haba y enfilando lo serio de la jornada, el ascenso al Castillo de Magacela.

Al tomar la carretera que sube a Magacela enseguida empiezan las pronunciadas cuestas hasta el pueblo. En las primeras cuestas me quedo un poco descolgado del grupo.Para subir las empinadas cuestas hasta el pueblo siempre se queda algún compañero con los más rezagados, como es normal en este bienavenido grupo.

La temperatura de la mañana va “in crescendo”, o a mi me lo parecía, porque hacia calor por un tubo.

Una vez coronado el pueblo de Magacela y sin pausa emprenden la subida al Castillo por la parte delantera que da al pueblo.





Las rampas son tremendas y si Don Quijote veía gigantes donde solo había molinos yo veía muros, ¡¡como que muros!! si parecía que queríamos subir en vertical por las mismas murallas del castillo. A consecuencia de tal alucinación me empezaron a temblar las piernas de tal forma que decidí refugiarme a la sombra de una adelfa hasta que se me pasara un poco el sofoco.

En este trance estaba cuando desde arriba los que habían coronado, animaban a los últimos en ascender al castillo.



Finalmente una vez recuperado decido reemprender la marcha hacia arriba pero me encuentro que los demás compañeros ya se lanzan cuesta abajo para encontrarnos a media ladera para hacernos la foto de la jornada.

Una vez terminada la pequeña pausa partimos cuesta abajo a tumba abierta en dirección a La Haba, alcanzándose velocidades de vértigo, en mi caso llegando hasta los 74,6 km/h., según creo la velocidad más alta, ya que Diego se quedo en 72 km/h., ¡Que ya esta bien!.



Paramos en La Haba y de ahí a Don Benito donde Pablo pincha y en esto nos encontramos con el de maderas Romero (5º saludo) y con Javi Lozano (6º saludo) que se paran a charlar con nosotros mientras arreglamos el pinchazo.



Saliendo de Don Benito y a la altura de la Feval nuevo pinchazo, en esta ocasión de Julio, lo cual nos facilita el aprovisionarnos de agua en una fuente del ferial de Don Benito.

A partir de aquí se decide tirar rápido, porque ya es tarde y el grupo se pone a rodar compacto como si de un equipo de profesionales se tratara, poniéndonos en el pueblo rápidamente.

Llegados a la plaza en el bar Cidoncha nos esperaba José Joaquín y como el horario apremiaba, el personal después de un rápido refresco y bocadillo cada mochuelo se fue a su olivo.

UN SALUDO PARA NUESTRO COMPAÑERO AGUSTIN SOSA PARA QUE TENGA UNA PRONTA RECUPERACIÓN DE SU ACCIDENTE CON LA BICICLETA.

Por Emiliano Andrade